La BIBLIA - Historia de su origen y formación.
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LIBROS SAPIENCIALES - Eclesiástico (Deuterocanónico)
El libro está dirigido a los judíos piadosos que quieran vivir la vida según la Ley, sin olvidar a los paganos que quieran saber lo que les espera al convertirse en buenos judíos.
A este Libro "deuterocanónico" -el más extenso de los escritos sapienciales- se lo designa habitualmente de dos maneras distintas. El nombre de ECLESIÁSTICO, que significa "libro de la asamblea", se hizo tradicional en la iglesia latina, quizá por la frecuencia con que se lo utilizaba en los primeros siglos para la formación moral de los catecúmenos y de los fieles. La mayoría de los manuscritos griegos, en cambio, lo titulan "Sabiduría de Jesús, hijo de Sirá"- en hebreo, Ben Sirá -y de allí deriva el nombre de SIRÁCIDA, que también se le suele dar.
Mientras que la mayoría de los escritos sapienciales son atribuidos a Salomón, el Eclesiástico es el único que lleva la firma de su autor. Este era un judío de Jerusalén, culto y de buena posición, que se dedicó desde su juventud al conocimiento de las Escrituras y a la búsqueda de la Sabiduría, sobre todo por medio de la oración (51. 13). Como fino observador, aprovechó sus frecuentes viajes para completar su formación (34. 11). Convertido en "maestro de sabiduría", orgulloso de su raza y de su historia nacional, dirigió en Jerusalén una escuela (51. 23), destinada a iniciar a los jóvenes en la adquisición de la Sabiduría. Por último, hacia el 180 a. C., recogió por escrito el fruto de sus reflexiones y de su larga experiencia.
La obra de Ben Sirá es un llamado de atención frente a la influencia de la cultura griega, que no cesaba de expandirse en el Próximo Oriente desde las conquistas de Alejandro Magno. Él comprendió que ese nuevo movimiento de ideas no tardaría en entrar en conflicto con la fe de Israel. Para contrarrestar el peligro, puso todo su empeño en preservar el patrimonio religioso y cultural del Judaísmo en esa época de transición. A diferencia de los antiguos "maestros de sabiduría", que consideraban al hombre nada más que en su condición de tal, al Sirácida le preocupaba antes que nada la formación del hombre "judío". Según él, la Sabiduría se ofrece a todos, pero puso su Morada en Israel y, en última instancia, se identifica con la Ley de Moisés. De allí la necesidad de meditar constantemente "el libro de la Alianza del Dios Altísimo" (24. 23), para adquirir la verdadera Sabiduría y vivir en conformidad con la voluntad divina.
El Eclesiástico fue escrito originariamente en hebreo, pero el texto original cayó pronto en el olvido. La obra se conservó gracias a la traducción griega realizada por un nieto del autor, emigrado a Egipto en el 132. A fines del siglo pasado y en las últimas décadas del actual se encontraron varios manuscritos hebreos, que abarcan unas dos terceras partes del Libro. La traducción que generalmente se usa es la del texto griego, ya que es este el que fue recibido y transmitido por la tradición cristiana.
El Sirácida es el último testigo inspirado de la corriente sapiencial dentro de Palestina. El ideal de vida propuesto por él tiene las limitaciones propias de su época, pero también encierra valores permanentes, que fueron asumidos por el Nuevo Testamento, especialmente en la Carta de Santiago. Por su profunda religiosidad, unida a un sano sentido común, por su fidelidad a la Ley y su afán de encontrar en todo un reflejo de la sabiduría de Dios, el autor de este Libro anticipa el retrato que hará Jesús del "escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos": él "se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo" (Mt. 13. 52).
A este Libro "deuterocanónico" -el más extenso de los escritos sapienciales- se lo designa habitualmente de dos maneras distintas. El nombre de ECLESIÁSTICO, que significa "libro de la asamblea", se hizo tradicional en la iglesia latina, quizá por la frecuencia con que se lo utilizaba en los primeros siglos para la formación moral de los catecúmenos y de los fieles. La mayoría de los manuscritos griegos, en cambio, lo titulan "Sabiduría de Jesús, hijo de Sirá"- en hebreo, Ben Sirá -y de allí deriva el nombre de SIRÁCIDA, que también se le suele dar.
Mientras que la mayoría de los escritos sapienciales son atribuidos a Salomón, el Eclesiástico es el único que lleva la firma de su autor. Este era un judío de Jerusalén, culto y de buena posición, que se dedicó desde su juventud al conocimiento de las Escrituras y a la búsqueda de la Sabiduría, sobre todo por medio de la oración (51. 13). Como fino observador, aprovechó sus frecuentes viajes para completar su formación (34. 11). Convertido en "maestro de sabiduría", orgulloso de su raza y de su historia nacional, dirigió en Jerusalén una escuela (51. 23), destinada a iniciar a los jóvenes en la adquisición de la Sabiduría. Por último, hacia el 180 a. C., recogió por escrito el fruto de sus reflexiones y de su larga experiencia.
La obra de Ben Sirá es un llamado de atención frente a la influencia de la cultura griega, que no cesaba de expandirse en el Próximo Oriente desde las conquistas de Alejandro Magno. Él comprendió que ese nuevo movimiento de ideas no tardaría en entrar en conflicto con la fe de Israel. Para contrarrestar el peligro, puso todo su empeño en preservar el patrimonio religioso y cultural del Judaísmo en esa época de transición. A diferencia de los antiguos "maestros de sabiduría", que consideraban al hombre nada más que en su condición de tal, al Sirácida le preocupaba antes que nada la formación del hombre "judío". Según él, la Sabiduría se ofrece a todos, pero puso su Morada en Israel y, en última instancia, se identifica con la Ley de Moisés. De allí la necesidad de meditar constantemente "el libro de la Alianza del Dios Altísimo" (24. 23), para adquirir la verdadera Sabiduría y vivir en conformidad con la voluntad divina.
El Eclesiástico fue escrito originariamente en hebreo, pero el texto original cayó pronto en el olvido. La obra se conservó gracias a la traducción griega realizada por un nieto del autor, emigrado a Egipto en el 132. A fines del siglo pasado y en las últimas décadas del actual se encontraron varios manuscritos hebreos, que abarcan unas dos terceras partes del Libro. La traducción que generalmente se usa es la del texto griego, ya que es este el que fue recibido y transmitido por la tradición cristiana.
El Sirácida es el último testigo inspirado de la corriente sapiencial dentro de Palestina. El ideal de vida propuesto por él tiene las limitaciones propias de su época, pero también encierra valores permanentes, que fueron asumidos por el Nuevo Testamento, especialmente en la Carta de Santiago. Por su profunda religiosidad, unida a un sano sentido común, por su fidelidad a la Ley y su afán de encontrar en todo un reflejo de la sabiduría de Dios, el autor de este Libro anticipa el retrato que hará Jesús del "escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos": él "se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo" (Mt. 13. 52).
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Edad : 60
Localización : Guatemala
Fecha de inscripción : 30/04/2012
LIBROS PROFÉTICOS - La Historia Profética
Después de la "Ley", la Biblia hebrea contiene dos conjuntos de escritos, agrupados bajo el título de LOS PROFETAS. La primera parte es de carácter narrativo e incluye los libros de JOSUÉ, JUECES, SAMUEL y REYES. La segunda está compuesta por los libros de ISAÍAS, JEREMÍAS, EZEQUIEL y los DOCE PROFETAS llamados "menores". Para distinguir estos dos grupos de escritos "proféticos", la tradición judía, ya a partir del siglo II a. C., dio al primero el nombre de "Profetas anteriores", y al segundo, el de "Profetas posteriores".
Tal vez pueda parecer extraño que varios Libros de contenido "histórico" -como los de Josué, Jueces, Samuel y Reyes- hayan sido incluidos entre los escritos "proféticos". Pero esta vinculación de "historia" y "profecía" se manifiesta llena de sentido, si tenemos en cuenta la imagen que la Biblia nos da del profetismo y la manera como los antiguos israelitas narraban la historia.
Cuando se emplea la palabra "profeta", se suele pensar en alguien dotado de una clarividencia tal que lo capacita para predecir hechos futuros o lejanos. Sin embargo, esta idea corresponde muy imperfectamente a lo que fueron en realidad los Profetas de Israel. Ellos se presentaron como portavoces del Señor. Vivieron intensamente los problemas de su tiempo y hablaron a sus contemporáneos por el mandato y la autoridad que habían recibido de Dios. Con la mirada puesta en el momento presente, discernían la presencia y la acción del Señor en la vida de Israel y del mundo. Para confirmar el carácter divino de su misión, anunciaban eventualmente el futuro, pero lo hacían siempre con la intención de iluminar una situación determinada y de provocar un cambio de actitud en los destinatarios de su mensaje. La lucidez para descubrir la voz de Dios, que habla a través de los acontecimientos, es la característica de la interpretación profética de la historia.
Esta visión que los Profetas tenían de la historia no sólo se encuentra en sus propios escritos, sino que también se trasluce en los libros de la Biblia comúnmente llamados "históricos". El rasgo distintivo de la historia bíblica no es tanto la presentación material de los hechos, cuanto el descubrimiento del significado que ellos encierran. A lo largo de los Libros históricos –como de toda la Biblia– se perfila con claridad y de manera constante el designio salvífico de Dios, que ama, guía y juzga a su Pueblo. Ese designio está jalonado de promesas y cumplimientos parciales, que orientan todo el curso de la historia humana hacia su consumación definitiva en el Reino de Dios.
Además, los Libros históricos atestiguan la extensión y vitalidad del movimiento profético en Israel. Estos textos presentan a los Profetas en acción, plenamente solidarios con las luchas de su Pueblo, y a la vez, siempre dispuestos a reprocharles sus injusticias y su idolatría. En ellos se conserva el recuerdo de grandes figuras proféticas, como las de Samuel, Natán, Elías y Eliseo. Pero también se menciona a otros Profetas, muchos de ellos anónimos, como aquellos que en tiempos de Ajab y Jezabel prefirieron morir antes que renegar de su fe en el Señor (1 Rey. 18. 4; 19. 14).
Ciertas formas de profetismo aparecen también fuera de Israel. Tanto en la Mesopotamia como en Canaán y en Egipto, había hombres y mujeres que hablaban en nombre de la divinidad, y muchas veces su lenguaje era similar al de los Profetas del Pueblo de Dios. La misma Biblia atestigua la existencia de "profetas de Baal", con sus diversas manifestaciones extáticas (1 Rey. 18. 19-29). Pero mientras que en los otros pueblos el profetismo fue un fenómeno más bien marginal y episódico, en Israel marcó profundamente toda la vida religiosa, las instituciones políticas y las estructuras sociales. Los orígenes del profetismo bíblico se remontan a la época de la instalación de los israelitas en Canaán. Sus primeras manifestaciones aparecen vinculadas al culto de algunos santuarios, como los de Betel, Ramá y Guilgal. Allí había "agrupaciones de Profetas", cuya característica principal era el éxtasis provocado de diversas maneras, especialmente por la música y las danzas frenéticas (1 Sam. 10. 5-6; 19. 18-24). Sus demostraciones de entusiasmo religioso revestían con frecuencia formas extravagantes. Pero estas agrupaciones proféticas, si bien fueron decayendo progresivamente, ejercieron al principio una influencia positiva en Israel. Con su vida austera, con su celo fanático por el Señor y su repudio total de la cultura y la religión cananeas, contribuyeron a mantener intacta la fe del Pueblo de Dios, esa fe heredada de Moisés, a quien la tradición bíblica considera el primero y el más grande de los Profetas (Deut. 18. 18; 34. 10).
Por otra parte, en los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes, se encuentran muchas páginas que presentan una gran afinidad con las ideas y el estilo del Deuteronomio. Esta afinidad espiritual y literaria permite afirmar que la colección de los "Profetas anteriores", en su redacción definitiva, es la obra de una escuela de escribas "deuteronomistas", que meditan sobre el pasado de Israel con el fin de extraer una enseñanza para el presente. La actividad de esta escuela comenzó en los últimos años de la monarquía y continuó durante el exilio. Precisamente cuando Israel estaba disperso en el exilio, se hacía necesario recordarle que la raíz de todos sus males era la infidelidad a la Alianza, y que el único camino de salvación consistía en convertirse al Dios vivo y verdadero.
Tal vez pueda parecer extraño que varios Libros de contenido "histórico" -como los de Josué, Jueces, Samuel y Reyes- hayan sido incluidos entre los escritos "proféticos". Pero esta vinculación de "historia" y "profecía" se manifiesta llena de sentido, si tenemos en cuenta la imagen que la Biblia nos da del profetismo y la manera como los antiguos israelitas narraban la historia.
Cuando se emplea la palabra "profeta", se suele pensar en alguien dotado de una clarividencia tal que lo capacita para predecir hechos futuros o lejanos. Sin embargo, esta idea corresponde muy imperfectamente a lo que fueron en realidad los Profetas de Israel. Ellos se presentaron como portavoces del Señor. Vivieron intensamente los problemas de su tiempo y hablaron a sus contemporáneos por el mandato y la autoridad que habían recibido de Dios. Con la mirada puesta en el momento presente, discernían la presencia y la acción del Señor en la vida de Israel y del mundo. Para confirmar el carácter divino de su misión, anunciaban eventualmente el futuro, pero lo hacían siempre con la intención de iluminar una situación determinada y de provocar un cambio de actitud en los destinatarios de su mensaje. La lucidez para descubrir la voz de Dios, que habla a través de los acontecimientos, es la característica de la interpretación profética de la historia.
Esta visión que los Profetas tenían de la historia no sólo se encuentra en sus propios escritos, sino que también se trasluce en los libros de la Biblia comúnmente llamados "históricos". El rasgo distintivo de la historia bíblica no es tanto la presentación material de los hechos, cuanto el descubrimiento del significado que ellos encierran. A lo largo de los Libros históricos –como de toda la Biblia– se perfila con claridad y de manera constante el designio salvífico de Dios, que ama, guía y juzga a su Pueblo. Ese designio está jalonado de promesas y cumplimientos parciales, que orientan todo el curso de la historia humana hacia su consumación definitiva en el Reino de Dios.
Además, los Libros históricos atestiguan la extensión y vitalidad del movimiento profético en Israel. Estos textos presentan a los Profetas en acción, plenamente solidarios con las luchas de su Pueblo, y a la vez, siempre dispuestos a reprocharles sus injusticias y su idolatría. En ellos se conserva el recuerdo de grandes figuras proféticas, como las de Samuel, Natán, Elías y Eliseo. Pero también se menciona a otros Profetas, muchos de ellos anónimos, como aquellos que en tiempos de Ajab y Jezabel prefirieron morir antes que renegar de su fe en el Señor (1 Rey. 18. 4; 19. 14).
Ciertas formas de profetismo aparecen también fuera de Israel. Tanto en la Mesopotamia como en Canaán y en Egipto, había hombres y mujeres que hablaban en nombre de la divinidad, y muchas veces su lenguaje era similar al de los Profetas del Pueblo de Dios. La misma Biblia atestigua la existencia de "profetas de Baal", con sus diversas manifestaciones extáticas (1 Rey. 18. 19-29). Pero mientras que en los otros pueblos el profetismo fue un fenómeno más bien marginal y episódico, en Israel marcó profundamente toda la vida religiosa, las instituciones políticas y las estructuras sociales. Los orígenes del profetismo bíblico se remontan a la época de la instalación de los israelitas en Canaán. Sus primeras manifestaciones aparecen vinculadas al culto de algunos santuarios, como los de Betel, Ramá y Guilgal. Allí había "agrupaciones de Profetas", cuya característica principal era el éxtasis provocado de diversas maneras, especialmente por la música y las danzas frenéticas (1 Sam. 10. 5-6; 19. 18-24). Sus demostraciones de entusiasmo religioso revestían con frecuencia formas extravagantes. Pero estas agrupaciones proféticas, si bien fueron decayendo progresivamente, ejercieron al principio una influencia positiva en Israel. Con su vida austera, con su celo fanático por el Señor y su repudio total de la cultura y la religión cananeas, contribuyeron a mantener intacta la fe del Pueblo de Dios, esa fe heredada de Moisés, a quien la tradición bíblica considera el primero y el más grande de los Profetas (Deut. 18. 18; 34. 10).
Por otra parte, en los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes, se encuentran muchas páginas que presentan una gran afinidad con las ideas y el estilo del Deuteronomio. Esta afinidad espiritual y literaria permite afirmar que la colección de los "Profetas anteriores", en su redacción definitiva, es la obra de una escuela de escribas "deuteronomistas", que meditan sobre el pasado de Israel con el fin de extraer una enseñanza para el presente. La actividad de esta escuela comenzó en los últimos años de la monarquía y continuó durante el exilio. Precisamente cuando Israel estaba disperso en el exilio, se hacía necesario recordarle que la raíz de todos sus males era la infidelidad a la Alianza, y que el único camino de salvación consistía en convertirse al Dios vivo y verdadero.
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Fecha de inscripción : 30/04/2012
LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MAYORES - Isaías
El Libro se encuentra dividido en dos partes perfectamente diferenciadas, separadas por un apéndice histórico. Este último consiste en dos capítulos tomados de II Reyes.
El libro de ISAÍAS es el más extenso de los escritos proféticos. En él se encuentran reunidos los oráculos que pronunció aquel gran profeta del siglo VIII a. C., y algunos relatos referentes a su actividad. Pero también contiene muchos otros escritos provenientes de épocas posteriores. A lo largo de varios siglos, los discípulos y continuadores del profeta trabajaron en la redacción de esta obra densa y compleja, que lleva el nombre de Isaías. En líneas generales, la obra consta de tres grandes partes, que corresponden a tres etapas distintas de la historia de Israel.
La primera sección (caps. 1-39) proviene en su mayor parte del mismo profeta Isaías, aunque también contiene algunos fragmentos de origen diverso, en especial, el llamado "Apocalipsis de Isaías" (caps. 24-27) y el epílogo sobre la actividad del profeta en tiempos del rey Ezequías (caps. 36-39).
La segunda sección (caps. 40-55) tiene un trasfondo histórico muy distinto. Cuando el Pueblo judío estaba desterrado en Babilonia, un profeta anónimo dirigió un mensaje de esperanza a los exiliados, anunciándoles su próxima liberación. Los oráculos de este profeta fueron luego incorporados al libro de Isaías, y a su autor se lo designa habitualmente con el nombre de "Déutero Isaías" o "Segundo Isaías".
La tercera sección (caps. 56-66) reúne una colección de oráculos pronunciados por varios profetas de la escuela de Isaías, cuando el "Resto" de Israel ya había regresado del exilio y trataba de instalarse nuevamente en la Tierra de sus antepasados.
A pesar de su enorme complejidad literaria, el libro de Isaías es mucho más que una simple recopilación de oráculos provenientes de épocas y autores diversos. Hay en él ciertos temas que se repiten con insistencia: la santidad de Dios, la necesidad de la fe, el "Resto" de Israel, la esperanza mesiánica, la gloria futura de Jerusalén. El hecho de que escritos tan variados hayan sido puestos bajo el nombre de Isaías atestigua la gran influencia ejercida por este profeta y la importancia de su obra. Dicha influencia se extiende incluso hasta el Nuevo Testamento. Ningún otro libro del Antiguo Testamento es tan citado como este, para mostrar que Jesús es el Mesías prometido y esperado.
El libro de ISAÍAS es el más extenso de los escritos proféticos. En él se encuentran reunidos los oráculos que pronunció aquel gran profeta del siglo VIII a. C., y algunos relatos referentes a su actividad. Pero también contiene muchos otros escritos provenientes de épocas posteriores. A lo largo de varios siglos, los discípulos y continuadores del profeta trabajaron en la redacción de esta obra densa y compleja, que lleva el nombre de Isaías. En líneas generales, la obra consta de tres grandes partes, que corresponden a tres etapas distintas de la historia de Israel.
La primera sección (caps. 1-39) proviene en su mayor parte del mismo profeta Isaías, aunque también contiene algunos fragmentos de origen diverso, en especial, el llamado "Apocalipsis de Isaías" (caps. 24-27) y el epílogo sobre la actividad del profeta en tiempos del rey Ezequías (caps. 36-39).
La segunda sección (caps. 40-55) tiene un trasfondo histórico muy distinto. Cuando el Pueblo judío estaba desterrado en Babilonia, un profeta anónimo dirigió un mensaje de esperanza a los exiliados, anunciándoles su próxima liberación. Los oráculos de este profeta fueron luego incorporados al libro de Isaías, y a su autor se lo designa habitualmente con el nombre de "Déutero Isaías" o "Segundo Isaías".
La tercera sección (caps. 56-66) reúne una colección de oráculos pronunciados por varios profetas de la escuela de Isaías, cuando el "Resto" de Israel ya había regresado del exilio y trataba de instalarse nuevamente en la Tierra de sus antepasados.
A pesar de su enorme complejidad literaria, el libro de Isaías es mucho más que una simple recopilación de oráculos provenientes de épocas y autores diversos. Hay en él ciertos temas que se repiten con insistencia: la santidad de Dios, la necesidad de la fe, el "Resto" de Israel, la esperanza mesiánica, la gloria futura de Jerusalén. El hecho de que escritos tan variados hayan sido puestos bajo el nombre de Isaías atestigua la gran influencia ejercida por este profeta y la importancia de su obra. Dicha influencia se extiende incluso hasta el Nuevo Testamento. Ningún otro libro del Antiguo Testamento es tan citado como este, para mostrar que Jesús es el Mesías prometido y esperado.
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MAYORES - Jeremías
En el libro se suceden las narraciones y los oráculos proféticos.
Entre las grandes figuras del Antiguo Testamento, ninguna tiene una personalidad tan atrayente y conmovedora como JEREMÍAS. Los demás profetas nos han dejado un mensaje, sin decirnos nada, o muy poco, acerca de sí mismos. Él, en cambio, nos abre su alma en varios poemas de una sinceridad estremecedora, que nos hacen penetrar en el drama de su existencia.
Jeremías era miembro de una familia sacerdotal de Anatot, un pequeño pueblo de la tribu de Benjamín, situado a unos pocos kilómetros al norte de Jerusalén (1. 1). Nació poco más de un siglo después de Isaías, y todavía era muy joven cuando el Señor lo llamó a ejercer el ministerio profético (1. 6). En los primeros años de su actividad profética, sus esfuerzos están dirigidos a "desarraigar" el pecado en todas sus formas. Bajo la influencia de Oseas, su gran predecesor en el reino del Norte, Jeremías insiste en que la Alianza es una relación de amor entre el Señor e Israel. Si el pueblo no mantiene su compromiso de fidelidad, el Señor lo rechazará como a una esposa adúltera. Pero sus invectivas violentas y sus anuncios sombríos se pierden en el vacío. Entonces Jeremías se rinde ante la evidencia. El pueblo entero está irremediablemente pervertido (13. 23). El pecado de Judá está grabado con un buril de diamante en las tablas de su corazón (17. 1). Un profeta puede traer a los hombres una palabra nueva, pero no puede darles un corazón nuevo (7. 25-28).
Jeremías vio confirmada esta dolorosa experiencia en los años que precedieron a la caída de Jerusalén. Desde el 605 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, impone su hegemonía en Palestina. Frente a este hecho, los grupos dirigentes de Judá no saben a qué atenerse. La gran mayoría es partidaria de la resistencia armada, con el apoyo de Egipto, aun a riesgo de perderlo todo. Una pequeña minoría, por el contrario, propicia el sometimiento a Babilonia, con la esperanza de poder sobrevivir y de mantener una cierta autonomía bajo la tutela del poderoso Imperio babilónico. Muy a pesar suyo, Jeremías se ve comprometido en estos debates. Su posición no ofrece lugar a dudas: es preciso reconocer la supremacía de Nabucodonosor, no por razones políticas, sino porque el Señor lo ha elegido como instrumento para castigar los pecados de Judá (27. 1-22). Una vez que haya cumplido esta misión, también él tendrá que dar cuenta al Señor, que rige el destino de los pueblos y realiza sus designios a través de ellos (27. 6-7). Sin embargo, las palabras de Jeremías no encontraron ningún eco entre los partidarios de la rebelión, y en el 587 sobrevino la catástrofe final, tantas veces anunciada por el profeta: Jerusalén fue arrasada por las tropas de Nabucodonosor y una buena parte de la población de Judá tuvo que emprender el camino del destierro.
Tal como ha llegado hasta nosotros, el libro de Jeremías es uno de los más desordenados del Antiguo Testamento. Este desorden atestigua que el Libro atravesó por un largo proceso de formación antes de llegar a su composición definitiva. En el origen de la colección actual están los oráculos dictados por el mismo Jeremías (36. 32). A este núcleo original se añadieron más tarde otros materiales, muchos de ellos reelaborados por sus discípulos, y una especie de "biografía" del profeta, atribuida generalmente a su amigo y colaborador Baruc. Finalmente, al comienzo del exilio, un redactor anónimo reunió todos esos elementos en un solo volumen.
A lo largo de su actividad profética, Jeremías no conoció más que el fracaso. Pero la influencia que él no logró ejercer durante su vida, se acrecentó después de su muerte. Sus escritos, releídos y meditados asiduamente, permitieron al pueblo desterrado en Babilonia superar la tremenda crisis del exilio. Al encontrar en los oráculos de Jeremías el relato anticipado del asedio y de la caída de Jerusalén, los exiliados comprendieron que ese era un signo de la justicia del Señor y no una victoria de los dioses de Babilonia sobre el Dios de Israel. En el momento en que se veían privados de las instituciones religiosas y políticas que constituían los soportes materiales de la fe, Jeremías continuaba enseñándoles, más con su vida que con sus palabras, que lo esencial de la religión no es el culto exterior sino la unión personal con Dios y la fidelidad a sus mandamientos. Y mientras padecían el aparente silencio del Señor en una tierra extranjera, la promesa de una "Nueva Alianza" (31. 31-34) los alentaba a seguir esperando en él.
Así el aparente "fracaso" de Jeremías –como el de Jesucristo en la Cruz– fue el camino elegido por Dios para hacer surgir la vida de la muerte. No en vano la tradición cristiana ha visto en Jeremías la imagen más acabada del "Servidor sufriente" (Is. 52. 13 – 53. 12).
Entre las grandes figuras del Antiguo Testamento, ninguna tiene una personalidad tan atrayente y conmovedora como JEREMÍAS. Los demás profetas nos han dejado un mensaje, sin decirnos nada, o muy poco, acerca de sí mismos. Él, en cambio, nos abre su alma en varios poemas de una sinceridad estremecedora, que nos hacen penetrar en el drama de su existencia.
Jeremías era miembro de una familia sacerdotal de Anatot, un pequeño pueblo de la tribu de Benjamín, situado a unos pocos kilómetros al norte de Jerusalén (1. 1). Nació poco más de un siglo después de Isaías, y todavía era muy joven cuando el Señor lo llamó a ejercer el ministerio profético (1. 6). En los primeros años de su actividad profética, sus esfuerzos están dirigidos a "desarraigar" el pecado en todas sus formas. Bajo la influencia de Oseas, su gran predecesor en el reino del Norte, Jeremías insiste en que la Alianza es una relación de amor entre el Señor e Israel. Si el pueblo no mantiene su compromiso de fidelidad, el Señor lo rechazará como a una esposa adúltera. Pero sus invectivas violentas y sus anuncios sombríos se pierden en el vacío. Entonces Jeremías se rinde ante la evidencia. El pueblo entero está irremediablemente pervertido (13. 23). El pecado de Judá está grabado con un buril de diamante en las tablas de su corazón (17. 1). Un profeta puede traer a los hombres una palabra nueva, pero no puede darles un corazón nuevo (7. 25-28).
Jeremías vio confirmada esta dolorosa experiencia en los años que precedieron a la caída de Jerusalén. Desde el 605 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, impone su hegemonía en Palestina. Frente a este hecho, los grupos dirigentes de Judá no saben a qué atenerse. La gran mayoría es partidaria de la resistencia armada, con el apoyo de Egipto, aun a riesgo de perderlo todo. Una pequeña minoría, por el contrario, propicia el sometimiento a Babilonia, con la esperanza de poder sobrevivir y de mantener una cierta autonomía bajo la tutela del poderoso Imperio babilónico. Muy a pesar suyo, Jeremías se ve comprometido en estos debates. Su posición no ofrece lugar a dudas: es preciso reconocer la supremacía de Nabucodonosor, no por razones políticas, sino porque el Señor lo ha elegido como instrumento para castigar los pecados de Judá (27. 1-22). Una vez que haya cumplido esta misión, también él tendrá que dar cuenta al Señor, que rige el destino de los pueblos y realiza sus designios a través de ellos (27. 6-7). Sin embargo, las palabras de Jeremías no encontraron ningún eco entre los partidarios de la rebelión, y en el 587 sobrevino la catástrofe final, tantas veces anunciada por el profeta: Jerusalén fue arrasada por las tropas de Nabucodonosor y una buena parte de la población de Judá tuvo que emprender el camino del destierro.
Tal como ha llegado hasta nosotros, el libro de Jeremías es uno de los más desordenados del Antiguo Testamento. Este desorden atestigua que el Libro atravesó por un largo proceso de formación antes de llegar a su composición definitiva. En el origen de la colección actual están los oráculos dictados por el mismo Jeremías (36. 32). A este núcleo original se añadieron más tarde otros materiales, muchos de ellos reelaborados por sus discípulos, y una especie de "biografía" del profeta, atribuida generalmente a su amigo y colaborador Baruc. Finalmente, al comienzo del exilio, un redactor anónimo reunió todos esos elementos en un solo volumen.
A lo largo de su actividad profética, Jeremías no conoció más que el fracaso. Pero la influencia que él no logró ejercer durante su vida, se acrecentó después de su muerte. Sus escritos, releídos y meditados asiduamente, permitieron al pueblo desterrado en Babilonia superar la tremenda crisis del exilio. Al encontrar en los oráculos de Jeremías el relato anticipado del asedio y de la caída de Jerusalén, los exiliados comprendieron que ese era un signo de la justicia del Señor y no una victoria de los dioses de Babilonia sobre el Dios de Israel. En el momento en que se veían privados de las instituciones religiosas y políticas que constituían los soportes materiales de la fe, Jeremías continuaba enseñándoles, más con su vida que con sus palabras, que lo esencial de la religión no es el culto exterior sino la unión personal con Dios y la fidelidad a sus mandamientos. Y mientras padecían el aparente silencio del Señor en una tierra extranjera, la promesa de una "Nueva Alianza" (31. 31-34) los alentaba a seguir esperando en él.
Así el aparente "fracaso" de Jeremías –como el de Jesucristo en la Cruz– fue el camino elegido por Dios para hacer surgir la vida de la muerte. No en vano la tradición cristiana ha visto en Jeremías la imagen más acabada del "Servidor sufriente" (Is. 52. 13 – 53. 12).
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MAYORES - Lamentaciones de Jeremías
El libro contiene cinco poemas de lamentación por la destrucción de Jerusalén tras haber caído en manos de Nabucodonosor II .Evocan la destrucción de Judá y el horror del sitio de la ciudad.
Este Libro consta de cinco poemas que evocan la ruina de Jerusalén, acaecida en el 587 a. C., y están escritos en el estilo de las elegías fúnebres de esa época. Aunque se inspiran en las ideas y las expresiones de Jeremías y suelen llevar su nombre, las LAMENTACIONES no son obra de aquel célebre profeta, sino de algunos judíos que permanecieron en Jerusalén después de la catástrofe. Las cuatro primeras Lamentaciones son alfabéticas, es decir, cada estrofa comienza con una letra hebrea, siguiendo el orden del alfabeto.
Al dolor provocado por la destrucción de la Ciudad santa y a las quejas desgarradoras frente a la triste situación en que se encontraban sus habitantes, sigue una profunda reflexión, madurada a la luz de esa misma desgracia. "Jerusalén ha pecado gravemente y se ha convertido en algo inmundo" (1. 8 ). "Examinemos a fondo nuestra conducta y volvamos al Señor" (3. 40). Este humilde reconocimiento de las propias culpas, tantas veces denunciadas por los profetas anteriores al exilio, está acompañado de una ardiente súplica por la restauración de Israel, que se apoya a su vez en las predicciones mesiánicas de los profetas y es muy semejante a la de los Salmos 44; 80; 89.
Las Lamentaciones son utilizadas por la liturgia judía en cada aniversario de la destrucción de Jerusalén, y es muy natural que el Cristianismo las haya incorporado a la liturgia de la Semana Santa, para evocar la Muerte de Jesús.
Este Libro consta de cinco poemas que evocan la ruina de Jerusalén, acaecida en el 587 a. C., y están escritos en el estilo de las elegías fúnebres de esa época. Aunque se inspiran en las ideas y las expresiones de Jeremías y suelen llevar su nombre, las LAMENTACIONES no son obra de aquel célebre profeta, sino de algunos judíos que permanecieron en Jerusalén después de la catástrofe. Las cuatro primeras Lamentaciones son alfabéticas, es decir, cada estrofa comienza con una letra hebrea, siguiendo el orden del alfabeto.
Al dolor provocado por la destrucción de la Ciudad santa y a las quejas desgarradoras frente a la triste situación en que se encontraban sus habitantes, sigue una profunda reflexión, madurada a la luz de esa misma desgracia. "Jerusalén ha pecado gravemente y se ha convertido en algo inmundo" (1. 8 ). "Examinemos a fondo nuestra conducta y volvamos al Señor" (3. 40). Este humilde reconocimiento de las propias culpas, tantas veces denunciadas por los profetas anteriores al exilio, está acompañado de una ardiente súplica por la restauración de Israel, que se apoya a su vez en las predicciones mesiánicas de los profetas y es muy semejante a la de los Salmos 44; 80; 89.
Las Lamentaciones son utilizadas por la liturgia judía en cada aniversario de la destrucción de Jerusalén, y es muy natural que el Cristianismo las haya incorporado a la liturgia de la Semana Santa, para evocar la Muerte de Jesús.
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MAYORES - Baruc o Baruch (Deuterocanónico)
Este libro narra el exilio babilónico.
Este breve opúsculo atribuido a BARUC -el discípulo y hombre de confianza del profeta Jeremías (Jer. 32. 13-14; 36. 1-20; 43. 6-7; 45)- consta de varios fragmentos heterogéneos, pertenecientes a autores y géneros literarios diversos. Dichos fragmentos, originariamente independientes, fueron reunidos en un pequeño volumen hacia mediados del siglo II a. C., en alguna comunidad judía de la Dispersión.
A pesar de sus notables diferencias, los textos reunidos en el libro de Baruc presentan un rasgo común: todos se refieren explícitamente al exilio babilónico, considerado como una imagen simbólica de la situación en que se encontraban muchos judíos dispersos en un ambiente generalmente hostil. Lejos de su patria, ellos llegaron a comprender que el retorno de los deportados a Sión, después del exilio en Babilonia, no podía ser la gloriosa restauración que el Señor había prometido a Israel (Is. 40 - 66), sino la prefiguración y la garantía de la misma. Mientras llegaba ese día tan esperado, el libro de Baruc les recordaba que la conversión a Dios y la búsqueda de la verdadera Sabiduría, identificada con la Ley de Moisés (4. 1), debían preparar el camino a la intervención definitiva del Señor en favor de su Pueblo.
Este breve opúsculo atribuido a BARUC -el discípulo y hombre de confianza del profeta Jeremías (Jer. 32. 13-14; 36. 1-20; 43. 6-7; 45)- consta de varios fragmentos heterogéneos, pertenecientes a autores y géneros literarios diversos. Dichos fragmentos, originariamente independientes, fueron reunidos en un pequeño volumen hacia mediados del siglo II a. C., en alguna comunidad judía de la Dispersión.
A pesar de sus notables diferencias, los textos reunidos en el libro de Baruc presentan un rasgo común: todos se refieren explícitamente al exilio babilónico, considerado como una imagen simbólica de la situación en que se encontraban muchos judíos dispersos en un ambiente generalmente hostil. Lejos de su patria, ellos llegaron a comprender que el retorno de los deportados a Sión, después del exilio en Babilonia, no podía ser la gloriosa restauración que el Señor había prometido a Israel (Is. 40 - 66), sino la prefiguración y la garantía de la misma. Mientras llegaba ese día tan esperado, el libro de Baruc les recordaba que la conversión a Dios y la búsqueda de la verdadera Sabiduría, identificada con la Ley de Moisés (4. 1), debían preparar el camino a la intervención definitiva del Señor en favor de su Pueblo.
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MAYORES - Ezequiel
En la introducción, Dios entrega al profeta los lineamientos de su misión profética, mientras que los capítulos siguientes detallan una larga serie de amenazas y futuros castigos para Jerusalén y Judá, para los falsos profetas y, en general, para todos los judíos que han pecado antes de la invasión de Nabucodonosor.
En el 597 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, realizó una campaña contra Jerusalén. El rey Joaquín se rindió después de soportar un breve asedio y tuvo que pagar un pesado tributo. Como consecuencia de esta primera invasión, el reino davídico no quedó destruido, pero sí considerablemente diezmado. En efecto, con el fin de reafirmar su soberanía sobre Judá, Nabucodonosor destituyó a Joaquín y lo llevó cautivo a Babilonia con varios miles de deportados, entronizando en su lugar a Sedecías (17. 12-14; 2 Rey. 24. 8-17). Entre las víctimas de aquella primera deportación se encontraba un sacerdote de Jerusalén, llamado EZEQUIEL, nombre que significa "Dios es fuerte", o bien, "Que Dios fortalezca". El lugar de su destierro fue una colonia de exiliados instalada en Tel Aviv, población situada junto al río Quebar, en las cercanías de Babilonia. Allí vivía acompañado de su esposa, cuando tuvo la deslumbrante visión que lo convirtió en profeta del Señor. A partir de ese momento, ejerció su actividad profética a lo largo de más de veinte años, entre el 593 y el 571 a. C.
La pertenencia de Ezequiel a la clase sacerdotal dejó una huella profunda en su mensaje. Así lo manifiestan su interés por las instituciones cultuales, su preocupación por separar lo sagrado de lo profano (45. 1-6; 48. 9-14), su horror por las impurezas legales (4. 14; 44. 6-8 ) y su competencia para resolver casos de moral y derecho, función esta específica de los sacerdotes (20. 1). Pero su máxima preocupación es el Templo, ya sea el Templo presente, contaminado por toda suerte de ritos idólatras (8. 1-18 ), ya sea el Santuario de la nueva Jerusalén, donde la Gloria del Señor habitará para siempre (43. 1-9) y cuyo diseño él describe minuciosamente (caps. 40-48). El pensamiento y el estilo de Ezequiel están hondamente arraigados en la tradición sacerdotal, así como los de su contemporáneo Jeremías reflejan cierta influencia de la corriente "deuteronomista".
Sin embargo, Ezequiel fue ante todo un profeta. El Señor lo estableció como "un presagio para el pueblo de Israel" (12. 6; 24. 24), y él puso en evidencia ante los exiliados en Babilonia que había "un profeta en medio de ellos" (2. 5; 33. 33). Su función fue semejante a la del "centinela", encargado de dar el grito de alerta ante la inminencia del peligro y, al mismo tiempo, responsable de aquellos que se perdían por no haber sido alertados oportunamente (3. 16-21).
A través de sus escritos, Ezequiel se manifiesta como una personalidad sumamente desconcertante. El lector queda desorientado ante sus sorprendentes acciones simbólicas (4. 1-3; 5. 1-4; 12. 1-20 ), ante sus posturas extravagantes (4. 4-8 ) y sus transportes extáticos (11. 1-13; 37. 1-14; 40. 1-4). Estos mismos elementos ya habían aparecido en otros profetas anteriores a él. Pero mientras que Oseas, Isaías o Jeremías se valen de ellos con cierta discreción, Ezequiel parece complacerse en emplearlos hasta resultar chocante. Por ese modo de proceder, se lo ha tachado de "excéntrico" e incluso se ha pensado que padecía de ciertas perturbaciones síquicas. Lo cierto es que poseía un genio excepcionalmente sensible e imaginativo, a la vez que complejo y paradójico. Era un "visionario" en el mejor sentido del término. Pero eso no le impedía expresarse a veces con la fría precisión de un jurista y la sutileza de un casuista o bien detenerse minuciosamente en la seca enumeración de detalles arquitectónicos.
El libro de Ezequiel aparece a primera vista como un conjunto sólidamente estructurado. Después de la introducción dedicada a relatar la vocación del profeta (1. 4-3. 21), siguen cuatro partes que tratan temas bien definidos. Dentro de este plan lógico, es fácil descubrir algunas repeticiones, interrupciones bruscas y ampliaciones, debidas en gran parte al trabajo redaccional de los discípulos del profeta, que dieron al Libro su forma definitiva.
Los grandes temas de Ezequiel han encontrado un profundo eco en el Nuevo Testamento, sobre todo en el Evangelio según san Juan. La Morada definitiva de Dios entre los hombres, anunciada por Ezequiel (37. 27), es Jesucristo (Jn. 1. 14). Él es también el Buen Pastor que congrega a su Pueblo (34. 11-16; Jn. 10. 11-16), lo hace renacer por el agua y el Espíritu (36. 25-27; Jn. 3. 5) y le da la Vida (37. 1-14; Jn. 11. 25-26). Las visiones de Ezequiel son asimismo el punto de partida de casi todas las imágenes con que el Apocalipsis describe la Nueva Jerusalén, cuyo Templo "es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero" (Apoc. 21. 22).
En el 597 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, realizó una campaña contra Jerusalén. El rey Joaquín se rindió después de soportar un breve asedio y tuvo que pagar un pesado tributo. Como consecuencia de esta primera invasión, el reino davídico no quedó destruido, pero sí considerablemente diezmado. En efecto, con el fin de reafirmar su soberanía sobre Judá, Nabucodonosor destituyó a Joaquín y lo llevó cautivo a Babilonia con varios miles de deportados, entronizando en su lugar a Sedecías (17. 12-14; 2 Rey. 24. 8-17). Entre las víctimas de aquella primera deportación se encontraba un sacerdote de Jerusalén, llamado EZEQUIEL, nombre que significa "Dios es fuerte", o bien, "Que Dios fortalezca". El lugar de su destierro fue una colonia de exiliados instalada en Tel Aviv, población situada junto al río Quebar, en las cercanías de Babilonia. Allí vivía acompañado de su esposa, cuando tuvo la deslumbrante visión que lo convirtió en profeta del Señor. A partir de ese momento, ejerció su actividad profética a lo largo de más de veinte años, entre el 593 y el 571 a. C.
La pertenencia de Ezequiel a la clase sacerdotal dejó una huella profunda en su mensaje. Así lo manifiestan su interés por las instituciones cultuales, su preocupación por separar lo sagrado de lo profano (45. 1-6; 48. 9-14), su horror por las impurezas legales (4. 14; 44. 6-8 ) y su competencia para resolver casos de moral y derecho, función esta específica de los sacerdotes (20. 1). Pero su máxima preocupación es el Templo, ya sea el Templo presente, contaminado por toda suerte de ritos idólatras (8. 1-18 ), ya sea el Santuario de la nueva Jerusalén, donde la Gloria del Señor habitará para siempre (43. 1-9) y cuyo diseño él describe minuciosamente (caps. 40-48). El pensamiento y el estilo de Ezequiel están hondamente arraigados en la tradición sacerdotal, así como los de su contemporáneo Jeremías reflejan cierta influencia de la corriente "deuteronomista".
Sin embargo, Ezequiel fue ante todo un profeta. El Señor lo estableció como "un presagio para el pueblo de Israel" (12. 6; 24. 24), y él puso en evidencia ante los exiliados en Babilonia que había "un profeta en medio de ellos" (2. 5; 33. 33). Su función fue semejante a la del "centinela", encargado de dar el grito de alerta ante la inminencia del peligro y, al mismo tiempo, responsable de aquellos que se perdían por no haber sido alertados oportunamente (3. 16-21).
A través de sus escritos, Ezequiel se manifiesta como una personalidad sumamente desconcertante. El lector queda desorientado ante sus sorprendentes acciones simbólicas (4. 1-3; 5. 1-4; 12. 1-20 ), ante sus posturas extravagantes (4. 4-8 ) y sus transportes extáticos (11. 1-13; 37. 1-14; 40. 1-4). Estos mismos elementos ya habían aparecido en otros profetas anteriores a él. Pero mientras que Oseas, Isaías o Jeremías se valen de ellos con cierta discreción, Ezequiel parece complacerse en emplearlos hasta resultar chocante. Por ese modo de proceder, se lo ha tachado de "excéntrico" e incluso se ha pensado que padecía de ciertas perturbaciones síquicas. Lo cierto es que poseía un genio excepcionalmente sensible e imaginativo, a la vez que complejo y paradójico. Era un "visionario" en el mejor sentido del término. Pero eso no le impedía expresarse a veces con la fría precisión de un jurista y la sutileza de un casuista o bien detenerse minuciosamente en la seca enumeración de detalles arquitectónicos.
El libro de Ezequiel aparece a primera vista como un conjunto sólidamente estructurado. Después de la introducción dedicada a relatar la vocación del profeta (1. 4-3. 21), siguen cuatro partes que tratan temas bien definidos. Dentro de este plan lógico, es fácil descubrir algunas repeticiones, interrupciones bruscas y ampliaciones, debidas en gran parte al trabajo redaccional de los discípulos del profeta, que dieron al Libro su forma definitiva.
Los grandes temas de Ezequiel han encontrado un profundo eco en el Nuevo Testamento, sobre todo en el Evangelio según san Juan. La Morada definitiva de Dios entre los hombres, anunciada por Ezequiel (37. 27), es Jesucristo (Jn. 1. 14). Él es también el Buen Pastor que congrega a su Pueblo (34. 11-16; Jn. 10. 11-16), lo hace renacer por el agua y el Espíritu (36. 25-27; Jn. 3. 5) y le da la Vida (37. 1-14; Jn. 11. 25-26). Las visiones de Ezequiel son asimismo el punto de partida de casi todas las imágenes con que el Apocalipsis describe la Nueva Jerusalén, cuyo Templo "es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero" (Apoc. 21. 22).
Última edición por Damián el Miér Jun 20, 2012 12:15 pm, editado 1 vez
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MAYORES - Daniel
Este libro trata sobre la historia de Daniel quien vivió en Babilonia como exiliado junto con el resto del pueblo hebreo
El libro que lleva el nombre de DANIEL fue escrito hacia el 165 a. C., cuando el rey Antíoco IV Epífanes pretendió helenizar por la fuerza al Pueblo judío, obligándolo a abandonar la Ley de Moisés y a practicar el culto pagano difundido en todo el Imperio seléucida. Su autor vivió en tiempos de la insurrección de los Macabeos. Pero, a diferencia de estos, él no apela a la resistencia armada contra el opresor extranjero, sino que espera y anuncia una intervención extraordinaria del Señor, que es capaz de salvar a su Pueblo incluso de la muerte.
Con toda propiedad, este Libro puede ser llamado el "Apocalipsis" del Antiguo Testamento. Como el que figura al final del Nuevo Testamento, también el Apocalipsis de Daniel contiene una interpretación religiosa de la historia universal y un mensaje de esperanza para el Pueblo de Dios perseguido a causa de su fe. Además, ambos Libros tienen la misma forma de expresión literaria -el estilo "apocalíptico", muy difundido en el Judaísmo a partir del siglo ll a. C.- cuyo rasgo más notorio es la profusión de imágenes sorprendentes, de alegorías casi siempre enigmáticas y de visiones simbólicas.
La obra se divide en dos partes bastante diversas. La primera (caps. 1 - 6), de carácter narrativo, relata seis episodios de la vida de Daniel y de sus compañeros en el exilio. La segunda (caps. 7 - 12) es la parte estrictamente "apocalíptica", que tiene sus antecedentes en los escritos proféticos, sobre todo, en las visiones de Ezequiel y Zacarías. A esta obra original, escrita en hebreo y arameo, se le agregaron posteriormente algunos fragmentos en griego, que figuran entre los Libros "deuterocanónicos".
A pesar del cambio de situaciones históricas, el libro de Daniel no ha perdido nada de su actualidad, porque las fuerzas hostiles al Reino de Dios resurgen constantemente bajo nuevas formas. Frente al orgullo, al odio, a la opresión y la injusticia, su mensaje continúa alentando la fe y la esperanza de "los que son perseguidos por practicar la justicia" y "trabajan por la paz" (Mt. 5. 9-10 ). Hasta que llegue "la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías" (Apoc. 12. 10 ).
Parte Narrativa del Libro de Daniel
En los seis primeros capítulos, el Libro relata una serie de aventuras "edificantes", cuyo personaje central es Daniel, un joven judío deportado a Babilonia, que se hizo célebre, como José en Egipto, por la interpretación de los sueños. A través de estas narraciones, originariamente independientes unas de otras, el autor trata de inculcar una misma enseñanza fundamental: la fe de Israel es superior a la sabiduría de los paganos, y Dios es capaz de salvar a sus fieles de todos los peligros.
Esta lección adquiría especial importancia frente a la encarnizada persecución desencadenada por Antíoco IV. Las víctimas de la misma se encontraban en una situación similar a la de Daniel y sus amigos, que se negaron a apostatar de su fe comiendo manjares impuros y rindiendo culto al ídolo erigido por Nabucodonosor. De la misma manera, los judíos perseguidos por el paganismo griego debían estar dispuestos a cualquier sacrificio, incluso el de su propia vida, antes que ser infieles a la Ley de Dios. La alegoría de la estatua fabricada con diversos metales (2. 29-45), anticipándose a las visiones de la segunda parte del Libro, confirma aquella enseñanza y hace ver cómo los imperios de este mundo están destinados a desaparecer, para dar lugar al Reino eterno de Dios.
Visiones Apocalípticas del Libro de Daniel
La segunda parte del Libro contiene el "Apocalipsis" de Daniel propiamente dicho. Como en todos los escritos apocalípticos, el tema central de estas visiones simbólicas son las diversas etapas de la historia humana y su desenlace final. El autor quiere mostrar que nada de lo que sucede en el mundo es fruto del azar, sino la realización del designio oculto de Dios, revelado a sus elegidos. Los Imperios aparecen, luchan entre sí y se suceden unos a otros. Los reyes se atribuyen prerrogativas divinas y pretenden usurpar el lugar de Dios. Cada nuevo Imperio supera en crueldad al precedente. Pero el Señor dirige el curso de los acontecimientos y va disponiendo misteriosamente los "tiempos y momentos" hacia el establecimiento definitivo de su Reino.
A pesar de la oscuridad que caracteriza a las visiones alegóricas de esta parte, el sentido general de las mismas es bien claro. Los perseguidores -personificados sobre todo en Antíoco IV- no tendrán la última palabra. Más allá del creciente auge del mal, se vislumbra la venida misteriosa de un "Hijo de hombre" que trasciende la mera condición humana: a él se le dará "el dominio, la gloria y el reino" y todos lo servirán (7. 13-14). A esa venida se agrega el anuncio de la resurrección final de los justos, que "brillarán como las estrellas por los siglos de los siglos" (12. 2-3). Así, los sueños de una victoria terrestre y nacional, por medio de la lucha armada, se desvanecen completamente ante la promesa de un mundo transfigurado por el poder divino.
El libro que lleva el nombre de DANIEL fue escrito hacia el 165 a. C., cuando el rey Antíoco IV Epífanes pretendió helenizar por la fuerza al Pueblo judío, obligándolo a abandonar la Ley de Moisés y a practicar el culto pagano difundido en todo el Imperio seléucida. Su autor vivió en tiempos de la insurrección de los Macabeos. Pero, a diferencia de estos, él no apela a la resistencia armada contra el opresor extranjero, sino que espera y anuncia una intervención extraordinaria del Señor, que es capaz de salvar a su Pueblo incluso de la muerte.
Con toda propiedad, este Libro puede ser llamado el "Apocalipsis" del Antiguo Testamento. Como el que figura al final del Nuevo Testamento, también el Apocalipsis de Daniel contiene una interpretación religiosa de la historia universal y un mensaje de esperanza para el Pueblo de Dios perseguido a causa de su fe. Además, ambos Libros tienen la misma forma de expresión literaria -el estilo "apocalíptico", muy difundido en el Judaísmo a partir del siglo ll a. C.- cuyo rasgo más notorio es la profusión de imágenes sorprendentes, de alegorías casi siempre enigmáticas y de visiones simbólicas.
La obra se divide en dos partes bastante diversas. La primera (caps. 1 - 6), de carácter narrativo, relata seis episodios de la vida de Daniel y de sus compañeros en el exilio. La segunda (caps. 7 - 12) es la parte estrictamente "apocalíptica", que tiene sus antecedentes en los escritos proféticos, sobre todo, en las visiones de Ezequiel y Zacarías. A esta obra original, escrita en hebreo y arameo, se le agregaron posteriormente algunos fragmentos en griego, que figuran entre los Libros "deuterocanónicos".
A pesar del cambio de situaciones históricas, el libro de Daniel no ha perdido nada de su actualidad, porque las fuerzas hostiles al Reino de Dios resurgen constantemente bajo nuevas formas. Frente al orgullo, al odio, a la opresión y la injusticia, su mensaje continúa alentando la fe y la esperanza de "los que son perseguidos por practicar la justicia" y "trabajan por la paz" (Mt. 5. 9-10 ). Hasta que llegue "la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías" (Apoc. 12. 10 ).
Parte Narrativa del Libro de Daniel
En los seis primeros capítulos, el Libro relata una serie de aventuras "edificantes", cuyo personaje central es Daniel, un joven judío deportado a Babilonia, que se hizo célebre, como José en Egipto, por la interpretación de los sueños. A través de estas narraciones, originariamente independientes unas de otras, el autor trata de inculcar una misma enseñanza fundamental: la fe de Israel es superior a la sabiduría de los paganos, y Dios es capaz de salvar a sus fieles de todos los peligros.
Esta lección adquiría especial importancia frente a la encarnizada persecución desencadenada por Antíoco IV. Las víctimas de la misma se encontraban en una situación similar a la de Daniel y sus amigos, que se negaron a apostatar de su fe comiendo manjares impuros y rindiendo culto al ídolo erigido por Nabucodonosor. De la misma manera, los judíos perseguidos por el paganismo griego debían estar dispuestos a cualquier sacrificio, incluso el de su propia vida, antes que ser infieles a la Ley de Dios. La alegoría de la estatua fabricada con diversos metales (2. 29-45), anticipándose a las visiones de la segunda parte del Libro, confirma aquella enseñanza y hace ver cómo los imperios de este mundo están destinados a desaparecer, para dar lugar al Reino eterno de Dios.
Visiones Apocalípticas del Libro de Daniel
La segunda parte del Libro contiene el "Apocalipsis" de Daniel propiamente dicho. Como en todos los escritos apocalípticos, el tema central de estas visiones simbólicas son las diversas etapas de la historia humana y su desenlace final. El autor quiere mostrar que nada de lo que sucede en el mundo es fruto del azar, sino la realización del designio oculto de Dios, revelado a sus elegidos. Los Imperios aparecen, luchan entre sí y se suceden unos a otros. Los reyes se atribuyen prerrogativas divinas y pretenden usurpar el lugar de Dios. Cada nuevo Imperio supera en crueldad al precedente. Pero el Señor dirige el curso de los acontecimientos y va disponiendo misteriosamente los "tiempos y momentos" hacia el establecimiento definitivo de su Reino.
A pesar de la oscuridad que caracteriza a las visiones alegóricas de esta parte, el sentido general de las mismas es bien claro. Los perseguidores -personificados sobre todo en Antíoco IV- no tendrán la última palabra. Más allá del creciente auge del mal, se vislumbra la venida misteriosa de un "Hijo de hombre" que trasciende la mera condición humana: a él se le dará "el dominio, la gloria y el reino" y todos lo servirán (7. 13-14). A esa venida se agrega el anuncio de la resurrección final de los justos, que "brillarán como las estrellas por los siglos de los siglos" (12. 2-3). Así, los sueños de una victoria terrestre y nacional, por medio de la lucha armada, se desvanecen completamente ante la promesa de un mundo transfigurado por el poder divino.
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MENORES
El último libro del canon hebreo de los Profetas se denomina simplemente «los Doce». Agrupa, en efecto, doce opúsculos atribuidos a diferentes profetas. La Biblia griega lo titula el «Dodecaprofetón». La Iglesia cristiana lo considera como la colección de los doce Profetas Menores, título que indica la brevedad de los libros y no un valor inferior a la de los profetas «mayores». La colección se hallaba ya formada en la época del Eclesiástico, Si 49 10. La Biblia hebrea, seguida por la Vulgata, coloca estos opúsculos según el orden histórico que la tradición les atribuía.La colocación es algo distinta en la Biblia griega, que además los pone delante de los Profetas Mayores.
La traducción sigue la disposición tradicional de la Vulgata (y del hebreo). Sin embargo, el orden historico de los profetas menores es el siguiente
Los doce profetas "menores" no llevan este calificativo porque su mensaje sea de menor importancia, sino porque sus escritos son menos extensos que los de los profetas "mayores." Amós, Oseas y Miqueas ocupan una posición paralela a la de Isaías -su famoso contemporáneo- por el énfasis en las sublimes verdades del judaísmo, a saber: que Jehová es el único Dios verdadero, cuya solamente es toda adoración; que Dios siempre castiga el pecado; que la religión verdadera consiste de justicia antes que de ritualismo, de manera que Dios desea justicia y misericordia más bien que sacrificios y ofrendas; que la salvación se encuentra por la fe en la Palabra del Señor a través de sus profetas, y por la obediencia a ella.
El siglo octavo antes de Cristo señala la cúspide de la profecía hebrea. En él encontramos a Amós, Oseas, Isaías y Miqueas, quienes posiblemente hayan aparecido y servido en ese orden. Es probable que los libros de Joel, Jonás y Abdías, pertenezcan también a este período. Si tal suposición resulta correcta, seis de los doce profetas menores escribieron en este siglo octavo A.C.
Durante el siglo séptimo aparecieron otros tres profetas menores: Sofonías, Nahum y Habacuc. Ellos fueron contemporáneos de Jeremías.
El siglo sexto A.C. escuchó las voces de Haggeo y Zacarías desafiando a los cautivos que habían regresado a Jerusalén a reconstruir el templo. Unas décadas antes -en el mismo siglo- Ezequiel había servido a los exiliados en Babilonia.
Finalmente, el siglo quinto A.C. nos brindó al último profeta del Antiguo Testamento: Malaquías. El señaló con índice inconfundible hacia la venida del Mesías y de su predecesor -Juan el Bautista- cuatrocientos años más tarde.
La traducción sigue la disposición tradicional de la Vulgata (y del hebreo). Sin embargo, el orden historico de los profetas menores es el siguiente
- Amós.
- Oseas.
- Miqueas.
- Sofonías.
- Nahúm.
- Habacuc.
- Ageo.
- Zacarías.
- Malaquías.
- Abdías.
- Joel.
- Jonás.
Los doce profetas "menores" no llevan este calificativo porque su mensaje sea de menor importancia, sino porque sus escritos son menos extensos que los de los profetas "mayores." Amós, Oseas y Miqueas ocupan una posición paralela a la de Isaías -su famoso contemporáneo- por el énfasis en las sublimes verdades del judaísmo, a saber: que Jehová es el único Dios verdadero, cuya solamente es toda adoración; que Dios siempre castiga el pecado; que la religión verdadera consiste de justicia antes que de ritualismo, de manera que Dios desea justicia y misericordia más bien que sacrificios y ofrendas; que la salvación se encuentra por la fe en la Palabra del Señor a través de sus profetas, y por la obediencia a ella.
El siglo octavo antes de Cristo señala la cúspide de la profecía hebrea. En él encontramos a Amós, Oseas, Isaías y Miqueas, quienes posiblemente hayan aparecido y servido en ese orden. Es probable que los libros de Joel, Jonás y Abdías, pertenezcan también a este período. Si tal suposición resulta correcta, seis de los doce profetas menores escribieron en este siglo octavo A.C.
Durante el siglo séptimo aparecieron otros tres profetas menores: Sofonías, Nahum y Habacuc. Ellos fueron contemporáneos de Jeremías.
El siglo sexto A.C. escuchó las voces de Haggeo y Zacarías desafiando a los cautivos que habían regresado a Jerusalén a reconstruir el templo. Unas décadas antes -en el mismo siglo- Ezequiel había servido a los exiliados en Babilonia.
Finalmente, el siglo quinto A.C. nos brindó al último profeta del Antiguo Testamento: Malaquías. El señaló con índice inconfundible hacia la venida del Mesías y de su predecesor -Juan el Bautista- cuatrocientos años más tarde.
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MENORES - Oseas
Este libro relata una profecía que se divide en dos partes.
Aunque su Libro ocupa el primer lugar en la colección de los doce Profetas llamados "menores", OSEAS comenzó a ejercer la actividad profética unos años después que Amós. Como este último, y a diferencia de Isaías, su gran contemporáneo de Jerusalén, Oseas predicó en el reino del Norte, a quien él llama "Israel", "Jacob" y más frecuentemente "Efraím". Su época fue un período de abierta decadencia. Después del largo y próspero reinado de Jeroboám II (787-747), el país se hundió en la anarquía. En quince años, cuatro reyes murieron asesinados. La realeza, dominada por las intrigas de los jefes militares, se debatía en medio de crisis constantes, provocadas por la incontenible expansión de Asiria, que conquistaba territorios, sometía a los pueblos, les imponía pesados tributos y les exigía una sumisión incondicional. En el libro de Oseas hay numerosas alusiones a este período turbulento, pero ningún indicio seguro nos permite saber si el profeta llegó a ver la caída de Samaría en el 722-721 a. C.
Todo el mensaje de Oseas tiene como tema principal el amor del Señor despreciado por su Pueblo. Su dramática experiencia conyugal le hizo penetrar en los secretos del corazón de Dios, que ama a Israel como un padre a su hijo y un esposo a su esposa. Él es el primero entre los profetas que describe la relación entre el Señor e Israel en términos de unión matrimonial. El Dios de Oseas es un Dios apasionado, que se expresa con el lenguaje del amor: él manifiesta su ternura, sus celos, su ardiente deseo de ser correspondido y su violenta indignación al verse traicionado. Pero esa ternura no es un signo de debilidad. Es la fuerza de Dios, capaz de transformar al hombre y de hacer desaparecer en él hasta el recuerdo del pecado. Por eso su última palabra no es de rechazo y de condenación, sino que anuncia en términos de "alianza" una maravillosa restauración, que tendrá dimensiones cósmicas (2. 20-22).
El texto hebreo de este Libro no está muy bien conservado y muchos pasajes del mismo resultan poco inteligibles. De ahí que la traducción sea con frecuencia conjetural. Como casi todos los libros proféticos, también el de Oseas fue escrito en parte por el mismo profeta y en parte por sus discípulos. Además, numerosos pasajes parecen ser más bien un resumen que una reproducción exacta de su predicación oral. Las frases breves y la expresión extremadamente concisa, que dan tanta fuerza y belleza al estilo de este profeta, lo hacen a veces oscuro y difícil.
El mensaje de Oseas ha dejado huellas profundas en el Antiguo Testamento. A partir de él, el simbolismo conyugal se hizo clásico en los escritos proféticos. El Nuevo Testamento, por su parte, cita pasajes de Oseas o se inspira en ellos no menos de quince veces. De una manera especial, san Pablo y el Apocalipsis aplican a la unión de Cristo con la Iglesia el símbolo del matrimonio de Dios con su Pueblo (2 Cor. 11. 2; Ef. 5. 25-33; Apoc. 19. 7; 21. 2; 22. 17). Y san Juan llevará a su plenitud la revelación inaugurada por Oseas, al afirmar que "Dios es Amor" (1 Jn. 4. 8 ).
Aunque su Libro ocupa el primer lugar en la colección de los doce Profetas llamados "menores", OSEAS comenzó a ejercer la actividad profética unos años después que Amós. Como este último, y a diferencia de Isaías, su gran contemporáneo de Jerusalén, Oseas predicó en el reino del Norte, a quien él llama "Israel", "Jacob" y más frecuentemente "Efraím". Su época fue un período de abierta decadencia. Después del largo y próspero reinado de Jeroboám II (787-747), el país se hundió en la anarquía. En quince años, cuatro reyes murieron asesinados. La realeza, dominada por las intrigas de los jefes militares, se debatía en medio de crisis constantes, provocadas por la incontenible expansión de Asiria, que conquistaba territorios, sometía a los pueblos, les imponía pesados tributos y les exigía una sumisión incondicional. En el libro de Oseas hay numerosas alusiones a este período turbulento, pero ningún indicio seguro nos permite saber si el profeta llegó a ver la caída de Samaría en el 722-721 a. C.
Todo el mensaje de Oseas tiene como tema principal el amor del Señor despreciado por su Pueblo. Su dramática experiencia conyugal le hizo penetrar en los secretos del corazón de Dios, que ama a Israel como un padre a su hijo y un esposo a su esposa. Él es el primero entre los profetas que describe la relación entre el Señor e Israel en términos de unión matrimonial. El Dios de Oseas es un Dios apasionado, que se expresa con el lenguaje del amor: él manifiesta su ternura, sus celos, su ardiente deseo de ser correspondido y su violenta indignación al verse traicionado. Pero esa ternura no es un signo de debilidad. Es la fuerza de Dios, capaz de transformar al hombre y de hacer desaparecer en él hasta el recuerdo del pecado. Por eso su última palabra no es de rechazo y de condenación, sino que anuncia en términos de "alianza" una maravillosa restauración, que tendrá dimensiones cósmicas (2. 20-22).
El texto hebreo de este Libro no está muy bien conservado y muchos pasajes del mismo resultan poco inteligibles. De ahí que la traducción sea con frecuencia conjetural. Como casi todos los libros proféticos, también el de Oseas fue escrito en parte por el mismo profeta y en parte por sus discípulos. Además, numerosos pasajes parecen ser más bien un resumen que una reproducción exacta de su predicación oral. Las frases breves y la expresión extremadamente concisa, que dan tanta fuerza y belleza al estilo de este profeta, lo hacen a veces oscuro y difícil.
El mensaje de Oseas ha dejado huellas profundas en el Antiguo Testamento. A partir de él, el simbolismo conyugal se hizo clásico en los escritos proféticos. El Nuevo Testamento, por su parte, cita pasajes de Oseas o se inspira en ellos no menos de quince veces. De una manera especial, san Pablo y el Apocalipsis aplican a la unión de Cristo con la Iglesia el símbolo del matrimonio de Dios con su Pueblo (2 Cor. 11. 2; Ef. 5. 25-33; Apoc. 19. 7; 21. 2; 22. 17). Y san Juan llevará a su plenitud la revelación inaugurada por Oseas, al afirmar que "Dios es Amor" (1 Jn. 4. 8 ).
Última edición por Damián el Jue Jun 21, 2012 2:55 pm, editado 1 vez
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MENORES - Joel o Yoel
El libro de Yoel se encuentra dividido en dos partes claramente diferenciadas. En la primera, una devastadora plaga de langostas destruye el país, produciendo una celebración penitencial entre las víctimas. La segunda parte trata acerca de los frutos de la penitencia y de la liberación que anuncia una redención futura.
El texto bíblico no proporciona ninguna información sobre la persona y la vida de JOEL, cuyo nombre significa "El Señor es Dios". Tampoco ofrece datos precisos para determinar la fecha en que el profeta consignó por escrito su mensaje, si bien todo parece indicar que fue después del exilio, hacia el 400 a. C., cuando el Templo ya había sido restaurado. El libro de Joel ocupa un puesto relevante en la literatura hebrea por el vuelo poético de su lenguaje y el vigor de sus imágenes.
La predicación de Joel tiene un trasfondo marcadamente litúrgico. Él manifiesta un especial conocimiento del culto y le atribuye una gran importancia, lo mismo que Ageo y Zacarías. A raíz de esto, se suele afirmar con razón que Joel era un profeta dedicado al servicio del Templo y que sus oráculos –al menos en parte– son una profecía "cultual", es decir, un mensaje profético proclamado en el marco de una asamblea litúrgica. Sin embargo, no hay nada en el Libro que pueda ser tachado de ritualismo. En él no se encuentran prescripciones minuciosas relativas al culto, tan frecuentes en Ezequiel, y ni siquiera reproches por los abusos cometidos en la celebración de los ritos, como los que deplora Malaquías. Lo que más preocupa a Joel es la conversión interior: "Desgarren su corazón y no sus vestiduras, y vuelvan al Señor, su Dios" (2. 13). Por eso su predicación ha encontrado un eco profundo en la liturgia penitencial de la Iglesia.
El texto bíblico no proporciona ninguna información sobre la persona y la vida de JOEL, cuyo nombre significa "El Señor es Dios". Tampoco ofrece datos precisos para determinar la fecha en que el profeta consignó por escrito su mensaje, si bien todo parece indicar que fue después del exilio, hacia el 400 a. C., cuando el Templo ya había sido restaurado. El libro de Joel ocupa un puesto relevante en la literatura hebrea por el vuelo poético de su lenguaje y el vigor de sus imágenes.
La predicación de Joel tiene un trasfondo marcadamente litúrgico. Él manifiesta un especial conocimiento del culto y le atribuye una gran importancia, lo mismo que Ageo y Zacarías. A raíz de esto, se suele afirmar con razón que Joel era un profeta dedicado al servicio del Templo y que sus oráculos –al menos en parte– son una profecía "cultual", es decir, un mensaje profético proclamado en el marco de una asamblea litúrgica. Sin embargo, no hay nada en el Libro que pueda ser tachado de ritualismo. En él no se encuentran prescripciones minuciosas relativas al culto, tan frecuentes en Ezequiel, y ni siquiera reproches por los abusos cometidos en la celebración de los ritos, como los que deplora Malaquías. Lo que más preocupa a Joel es la conversión interior: "Desgarren su corazón y no sus vestiduras, y vuelvan al Señor, su Dios" (2. 13). Por eso su predicación ha encontrado un eco profundo en la liturgia penitencial de la Iglesia.
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MENORES - Amós
Este libro da un mensaje de advertencia hacia las naciones paganas y a los pecadores de Judá e Israel ya que serán juzgados por Yave (Dios) y castigados pero eventualmente podrían ser perdonados.
Con AMÓS empieza la "edad de oro" del profetismo bíblico. Antes que él, muchos otros profetas habían intervenido activamente en la vida política y religiosa de Israel. Pero ninguno de ellos había escrito nada, y la tradición sólo había conservado el recuerdo de sus acciones y ocasionalmente algunas de sus palabras. A partir de Amós, en cambio, lo que importa en primer lugar es la "palabra" del profeta, y ese mensaje –recogido y recopilado por sus discípulos– ha llegado hasta nosotros en forma escrita. Así se inicia la era de los llamados "profetas escritores".
Amós era un campesino de Técoa, pequeña población situada a unos veinte kilómetros al sur de Jerusalén (1. 1; 7. 14). Pero la dura vida del campo no le impidió adquirir una cultura poco común en su tiempo. Él conoce los hechos más relevantes de la historia de su pueblo y está perfectamente al tanto de todo lo que ocurre en el reino de Israel. Posee una vasta información sobre los acontecimientos de su época y presiente el avance de Asiria hacia el oeste. Lo que más impresiona en el estilo de Amós es la sobriedad. Pocas palabras le bastan para lanzar un oráculo incisivo, violento y lleno de imágenes sugestivas. Tampoco faltan en su lenguaje las sutilezas del estilo sapiencial (3. 3-8; 6. 12) y ciertos toques de punzante ironía (4. 4-5).
A pesar de ser nativo de Judá, Amós proclamó su mensaje en el reino del Norte, hacia el 750 a. C. En esa época, Samaría vivía su gran momento de euforia bajo el reinado de Jeroboám II (787-747). Los enemigos de siempre –Asiria, Egipto y Arám– se habían eclipsado transitoriamente, y el rey aprovechó la coyuntura para recuperar los antiguos territorios de Israel (2 Rey. 14. 25). La paz exterior favorecía la actividad económica y el acrecentamiento de las riquezas. Un ansia desenfrenada de lujo se había apoderado de las clases más pudientes, que se construían suntuosas mansiones y vivían en la opulencia. Pero esta prosperidad económica beneficiaba únicamente a un sector privilegiado. Mientras unos pocos se enriquecían, la gran masa del pueblo estaba más oprimida que nunca.
Dentro de este marco social, resuena la palabra de Amós, el profeta de la "justicia". Toda su predicación es una violenta denuncia de la manera cómo el reino de Israel interpretaba su condición de Pueblo "elegido". Para Israel, la elección divina era un privilegio y una garantía absoluta de seguridad, cualquiera fuera su comportamiento moral, social y religioso. Para Amós, en cambio, esa elección era una gracia que implicaba la responsabilidad de revelar a los pueblos el rostro del verdadero Dios, por medio de una convivencia fraternal, basada en el derecho y la justicia. Al ver el sufrimiento y la opresión de los débiles, el lujo y la indiferencia de los ricos, él se convirtió en el testigo insobornable de la Justicia del Señor, "que resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes" (Sant. 4. 6).
El amor a los pobres y la primacía de la justicia sobre el culto encontraron amplio eco en el resto de la Biblia, sobre todo, en el mensaje evangélico (Mt. 5. 3, 23-24; Lc. 4. 18; 6. 20; Sant. 2. 5-7).
Con AMÓS empieza la "edad de oro" del profetismo bíblico. Antes que él, muchos otros profetas habían intervenido activamente en la vida política y religiosa de Israel. Pero ninguno de ellos había escrito nada, y la tradición sólo había conservado el recuerdo de sus acciones y ocasionalmente algunas de sus palabras. A partir de Amós, en cambio, lo que importa en primer lugar es la "palabra" del profeta, y ese mensaje –recogido y recopilado por sus discípulos– ha llegado hasta nosotros en forma escrita. Así se inicia la era de los llamados "profetas escritores".
Amós era un campesino de Técoa, pequeña población situada a unos veinte kilómetros al sur de Jerusalén (1. 1; 7. 14). Pero la dura vida del campo no le impidió adquirir una cultura poco común en su tiempo. Él conoce los hechos más relevantes de la historia de su pueblo y está perfectamente al tanto de todo lo que ocurre en el reino de Israel. Posee una vasta información sobre los acontecimientos de su época y presiente el avance de Asiria hacia el oeste. Lo que más impresiona en el estilo de Amós es la sobriedad. Pocas palabras le bastan para lanzar un oráculo incisivo, violento y lleno de imágenes sugestivas. Tampoco faltan en su lenguaje las sutilezas del estilo sapiencial (3. 3-8; 6. 12) y ciertos toques de punzante ironía (4. 4-5).
A pesar de ser nativo de Judá, Amós proclamó su mensaje en el reino del Norte, hacia el 750 a. C. En esa época, Samaría vivía su gran momento de euforia bajo el reinado de Jeroboám II (787-747). Los enemigos de siempre –Asiria, Egipto y Arám– se habían eclipsado transitoriamente, y el rey aprovechó la coyuntura para recuperar los antiguos territorios de Israel (2 Rey. 14. 25). La paz exterior favorecía la actividad económica y el acrecentamiento de las riquezas. Un ansia desenfrenada de lujo se había apoderado de las clases más pudientes, que se construían suntuosas mansiones y vivían en la opulencia. Pero esta prosperidad económica beneficiaba únicamente a un sector privilegiado. Mientras unos pocos se enriquecían, la gran masa del pueblo estaba más oprimida que nunca.
Dentro de este marco social, resuena la palabra de Amós, el profeta de la "justicia". Toda su predicación es una violenta denuncia de la manera cómo el reino de Israel interpretaba su condición de Pueblo "elegido". Para Israel, la elección divina era un privilegio y una garantía absoluta de seguridad, cualquiera fuera su comportamiento moral, social y religioso. Para Amós, en cambio, esa elección era una gracia que implicaba la responsabilidad de revelar a los pueblos el rostro del verdadero Dios, por medio de una convivencia fraternal, basada en el derecho y la justicia. Al ver el sufrimiento y la opresión de los débiles, el lujo y la indiferencia de los ricos, él se convirtió en el testigo insobornable de la Justicia del Señor, "que resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes" (Sant. 4. 6).
El amor a los pobres y la primacía de la justicia sobre el culto encontraron amplio eco en el resto de la Biblia, sobre todo, en el mensaje evangélico (Mt. 5. 3, 23-24; Lc. 4. 18; 6. 20; Sant. 2. 5-7).
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MENORES - Abdías
El libro de Abdías profetiza la venganza de Yave contra Edom, que llegará en 312 con su conquista por parte de los árabes.
El libro de ABDÍAS es el más corto del Antiguo Testamento. Fue escrito en la época del exilio y su autor nos es completamente desconocido. De los veintiún versículos que componen esta obra, casi la mitad (1-9) son paralelos a un texto de Jeremías (49. 7-22), si bien siguiendo un orden diferente.
El núcleo central de este escrito es un oráculo contra el país de Edóm. Siempre habían sido difíciles las relaciones de Israel con ese país, que la Biblia hace descender de Esaú, el hijo de Isaac suplantado por Jacob, su hermano menor. La tensión llegó a su punto máximo cuando los edomitas aprovecharon la ruina de Jerusalén en el 587 a. C. para invadir la Judea meridional. Esto explica la violenta reacción de Abdías, compartida por otros textos bíblicos que también se hacen eco de la indignación de los israelitas frente a la traición de sus hermanos de raza (Jer. 49. 7-22; Ez. 25. 12-14; 35; 36. 1-5; Lam. 4. 21-22; Sal. 137. 7).
El profeta clama por la justicia de Dios y anuncia la revancha de Israel contra Edóm. Este será destruido y, a la vez, varios territorios vecinos de ese país serán anexados al territorio de Judá. Así llegará el "Día del Señor" para todos los pueblos.
El libro de ABDÍAS es el más corto del Antiguo Testamento. Fue escrito en la época del exilio y su autor nos es completamente desconocido. De los veintiún versículos que componen esta obra, casi la mitad (1-9) son paralelos a un texto de Jeremías (49. 7-22), si bien siguiendo un orden diferente.
El núcleo central de este escrito es un oráculo contra el país de Edóm. Siempre habían sido difíciles las relaciones de Israel con ese país, que la Biblia hace descender de Esaú, el hijo de Isaac suplantado por Jacob, su hermano menor. La tensión llegó a su punto máximo cuando los edomitas aprovecharon la ruina de Jerusalén en el 587 a. C. para invadir la Judea meridional. Esto explica la violenta reacción de Abdías, compartida por otros textos bíblicos que también se hacen eco de la indignación de los israelitas frente a la traición de sus hermanos de raza (Jer. 49. 7-22; Ez. 25. 12-14; 35; 36. 1-5; Lam. 4. 21-22; Sal. 137. 7).
El profeta clama por la justicia de Dios y anuncia la revancha de Israel contra Edóm. Este será destruido y, a la vez, varios territorios vecinos de ese país serán anexados al territorio de Judá. Así llegará el "Día del Señor" para todos los pueblos.
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MENORES - Jonás
El libro da cuenta del profeta Jonás y una historia bien conocida en la cual Dios manda a Jonás profetizar o predicar al pueblo de Nínive para persuadirlos de arrepentirse o recibir destrucción.
En 2 Rey. 14. 25 se menciona a un profeta llamado Jonás, pero no es él quien escribió el Libro que lleva su nombre. El libro de JONÁS fue compuesto después del exilio, sin duda en el siglo V a. C., no para relatar un hecho histórico, sino para comunicar una enseñanza bajo la forma de una parábola.
El protagonista de esta "ficción didáctica" se niega a proclamar la Palabra de Dios a un pueblo pagano y tradicionalmente enemigo de Israel. Toda la narración es un alegato contra el estrecho nacionalismo del Pueblo elegido, que pretende "monopolizar" la misericordia divina en nombre de los privilegios recibidos del Señor. La principal lección que se desprende de este Libro, tan pintoresco como lleno de humor e ironía, aparece claramente en la pregunta que le sirve de conclusión: si Jonás se preocupa por un árbol quemado por el sol, ¿cómo Dios no se va a preocupar por todo un pueblo que se convierte de sus pecados y no le va a conceder su perdón? El amor del Señor no conoce fronteras. Si él manifestó su predilección por Israel, fue para constituirlo "luz de las naciones" (Is. 49. 6).
Este Libro ocupa un lugar destacado en los Evangelios, no sólo por las repetidas alusiones al "signo de Jonás" (Mt. 12. 39-40; 16. 4; Lc. 11. 29-30), sino también por la oposición que establece Jesús entre la fe de los ninivitas y la incredulidad de sus contemporáneos (Mt. 12. 41; Lc. 11. 32). Además, por su insistencia en la universalidad de la misericordia divina, el relato de Jonás es como un anticipo de las parábolas relatadas en el célebre capítulo 15 del Evangelio según san Lucas.
En 2 Rey. 14. 25 se menciona a un profeta llamado Jonás, pero no es él quien escribió el Libro que lleva su nombre. El libro de JONÁS fue compuesto después del exilio, sin duda en el siglo V a. C., no para relatar un hecho histórico, sino para comunicar una enseñanza bajo la forma de una parábola.
El protagonista de esta "ficción didáctica" se niega a proclamar la Palabra de Dios a un pueblo pagano y tradicionalmente enemigo de Israel. Toda la narración es un alegato contra el estrecho nacionalismo del Pueblo elegido, que pretende "monopolizar" la misericordia divina en nombre de los privilegios recibidos del Señor. La principal lección que se desprende de este Libro, tan pintoresco como lleno de humor e ironía, aparece claramente en la pregunta que le sirve de conclusión: si Jonás se preocupa por un árbol quemado por el sol, ¿cómo Dios no se va a preocupar por todo un pueblo que se convierte de sus pecados y no le va a conceder su perdón? El amor del Señor no conoce fronteras. Si él manifestó su predilección por Israel, fue para constituirlo "luz de las naciones" (Is. 49. 6).
Este Libro ocupa un lugar destacado en los Evangelios, no sólo por las repetidas alusiones al "signo de Jonás" (Mt. 12. 39-40; 16. 4; Lc. 11. 29-30), sino también por la oposición que establece Jesús entre la fe de los ninivitas y la incredulidad de sus contemporáneos (Mt. 12. 41; Lc. 11. 32). Además, por su insistencia en la universalidad de la misericordia divina, el relato de Jonás es como un anticipo de las parábolas relatadas en el célebre capítulo 15 del Evangelio según san Lucas.
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MENORES - Miqueas
Este libro trata sobre el castigo de Dios sobre el reino del norte por pecados como: idolatría, adoración de Baal (una falsa figura que se idolatraba), sacrificios, rituales de niños, magia y encantamientos.
Contemporáneo en parte de Oseas, y sobre todo de Isaías, a diferencia de este, MIQUEAS era un campesino de origen humilde. Comenzó su ministerio profético alrededor del 740 a. C. y era un representante típico de lo que la Biblia llama "el pueblo del país", la parte más sana y menos expuesta a la contaminación extranjera. Aunque su recuerdo quedó bastante eclipsado por el de Isaías, sabemos por un texto de Jeremías (26. 18-19) que su predicación tuvo gran influencia en Jerusalén y contribuyó en buena medida a la reforma religiosa del rey Ezequías (2 Rey. 18. 1-6).
Por un lado, Miqueas predijo la ruina de la ya agonizante Samaría, ocurrida en el año 722 a. C., y por otro, anunció que Judá correría idéntica suerte. En sus oráculos se advierte claramente una de las constantes del profetismo, que es la alternancia entre las amenazas de castigo y las promesas de restauración. De manera especial, este profeta denuncia las injusticias de que eran víctimas, por parte de los ricos y los poderosos, los campesinos refugiados en Jerusalén a causa de la guerra con los asirios. Su mensaje en favor de la justicia social tiene muchos puntos de contacto con el de Amós.
El libro de Miqueas es una recopilación o antología de sus oráculos, realizada por sus discípulos. Pero también se han insertado en él algunos fragmentos pertenecientes a la época del exilio. Entre dichos oráculos merece destacarse el que señala a Belén como el lugar del nacimiento del futuro Mesías (5. 1-5). Este oráculo fue recogido por el Nuevo Testamento para probar que Cristo debía nacer en Belén (Mt. 2. 6; Jn. 7. 42).
Contemporáneo en parte de Oseas, y sobre todo de Isaías, a diferencia de este, MIQUEAS era un campesino de origen humilde. Comenzó su ministerio profético alrededor del 740 a. C. y era un representante típico de lo que la Biblia llama "el pueblo del país", la parte más sana y menos expuesta a la contaminación extranjera. Aunque su recuerdo quedó bastante eclipsado por el de Isaías, sabemos por un texto de Jeremías (26. 18-19) que su predicación tuvo gran influencia en Jerusalén y contribuyó en buena medida a la reforma religiosa del rey Ezequías (2 Rey. 18. 1-6).
Por un lado, Miqueas predijo la ruina de la ya agonizante Samaría, ocurrida en el año 722 a. C., y por otro, anunció que Judá correría idéntica suerte. En sus oráculos se advierte claramente una de las constantes del profetismo, que es la alternancia entre las amenazas de castigo y las promesas de restauración. De manera especial, este profeta denuncia las injusticias de que eran víctimas, por parte de los ricos y los poderosos, los campesinos refugiados en Jerusalén a causa de la guerra con los asirios. Su mensaje en favor de la justicia social tiene muchos puntos de contacto con el de Amós.
El libro de Miqueas es una recopilación o antología de sus oráculos, realizada por sus discípulos. Pero también se han insertado en él algunos fragmentos pertenecientes a la época del exilio. Entre dichos oráculos merece destacarse el que señala a Belén como el lugar del nacimiento del futuro Mesías (5. 1-5). Este oráculo fue recogido por el Nuevo Testamento para probar que Cristo debía nacer en Belén (Mt. 2. 6; Jn. 7. 42).
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MENORES - Nahúm
Nahúm profetiza la destrucción de Nínive, que simboliza la liberación de todas las esclavitudes.
La vida de NAHÚM nos es completamente desconocida, como también la ubicación de Elcós, su ciudad de origen. Con una fuerza lírica que no tiene parangón en la Biblia, este profeta describe y celebra la caída de Nínive, capital del Imperio asirio, ocurrida en el 612 a. C. Durante mucho tiempo, Asiria había sido sinónimo de crueldad y de terror entre los países del cercano Oriente. Es natural, entonces, que todos los pueblos se alegraran por su caída, y es como el portavoz de esa alegría desbordante.
Pero su canto de júbilo encierra, a la vez, un himno de alabanza a Dios, el Señor de la historia, que desbarata todas las pretensiones humanas y libera a su Pueblo. Los ejércitos que derrotaron a Nínive, el prototipo del imperialismo opresor y el enemigo tradicional de Israel, eran el instrumento del juicio de Dios, que tarde o temprano castiga a los culpables.
El triunfo definitivo del Señor sobre todas las fuerzas del mal, prefigurado en la ruina de Nínive, y el gozo de los elegidos en la Jerusalén celestial, encontraron su expresión cristiana más elocuente en el libro del Apocalipsis.
La vida de NAHÚM nos es completamente desconocida, como también la ubicación de Elcós, su ciudad de origen. Con una fuerza lírica que no tiene parangón en la Biblia, este profeta describe y celebra la caída de Nínive, capital del Imperio asirio, ocurrida en el 612 a. C. Durante mucho tiempo, Asiria había sido sinónimo de crueldad y de terror entre los países del cercano Oriente. Es natural, entonces, que todos los pueblos se alegraran por su caída, y es como el portavoz de esa alegría desbordante.
Pero su canto de júbilo encierra, a la vez, un himno de alabanza a Dios, el Señor de la historia, que desbarata todas las pretensiones humanas y libera a su Pueblo. Los ejércitos que derrotaron a Nínive, el prototipo del imperialismo opresor y el enemigo tradicional de Israel, eran el instrumento del juicio de Dios, que tarde o temprano castiga a los culpables.
El triunfo definitivo del Señor sobre todas las fuerzas del mal, prefigurado en la ruina de Nínive, y el gozo de los elegidos en la Jerusalén celestial, encontraron su expresión cristiana más elocuente en el libro del Apocalipsis.
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MENORES - Habacuc
Este libro narra los días finales del Imperio Asirio y el principio del dominio de Babilonia a escala mundial bajo Nabopolasar y su hijo Nabucodonosor.
Nada de cierto se sabe sobre el autor de este Libro, como tampoco sobre la fecha de su composición ni sobre los opresores a que se refiere. Parecería que se trata de un levita o de un profeta vinculado al Templo de Jerusalén, y probablemente su oráculo esté dirigido contra los caldeos (1. 6), que en el 587 a. C. destruyeron el reino de Judá. En tal caso, el libro de HABACUC habría sido compuesto alrededor del año 600.
Habacuc no se une al coro de profetas que reprochan al pueblo sus pecados y lo amenazan con el castigo. Lo mismo que Job, él se plantea el problema del mal. Ambos discuten con Dios, pero mientras el primero protesta por el triunfo de los malos sobre los buenos, el autor de este oráculo se queja por el triunfo de las naciones paganas sobre el Pueblo de Dios. Por más que Israel sea culpable y merezca el castigo, ¿no son peores los otros pueblos? ¿Cómo puede Dios convertirlos en el instrumento de su castigo?
La respuesta del Señor es un llamado a la paciencia. También las naciones paganas recibirán su merecido. Dios hará justicia a su tiempo. Mientras tanto, el justo "vivirá por su fidelidad" (2. 4). Fundado en la traducción griega de este texto, san Pablo lo refiere a la fe que justifica al hombre, librándolo del pecado y dándole la vida de Dios (Rom. 1. 17; Gál. 3. 11). El mismo texto vuelve a encontrarse en la Carta a los Hebreos, dentro de una exhortación a perseverar en la fe (Heb. 10. 37-38 ).
Nada de cierto se sabe sobre el autor de este Libro, como tampoco sobre la fecha de su composición ni sobre los opresores a que se refiere. Parecería que se trata de un levita o de un profeta vinculado al Templo de Jerusalén, y probablemente su oráculo esté dirigido contra los caldeos (1. 6), que en el 587 a. C. destruyeron el reino de Judá. En tal caso, el libro de HABACUC habría sido compuesto alrededor del año 600.
Habacuc no se une al coro de profetas que reprochan al pueblo sus pecados y lo amenazan con el castigo. Lo mismo que Job, él se plantea el problema del mal. Ambos discuten con Dios, pero mientras el primero protesta por el triunfo de los malos sobre los buenos, el autor de este oráculo se queja por el triunfo de las naciones paganas sobre el Pueblo de Dios. Por más que Israel sea culpable y merezca el castigo, ¿no son peores los otros pueblos? ¿Cómo puede Dios convertirlos en el instrumento de su castigo?
La respuesta del Señor es un llamado a la paciencia. También las naciones paganas recibirán su merecido. Dios hará justicia a su tiempo. Mientras tanto, el justo "vivirá por su fidelidad" (2. 4). Fundado en la traducción griega de este texto, san Pablo lo refiere a la fe que justifica al hombre, librándolo del pecado y dándole la vida de Dios (Rom. 1. 17; Gál. 3. 11). El mismo texto vuelve a encontrarse en la Carta a los Hebreos, dentro de una exhortación a perseverar en la fe (Heb. 10. 37-38 ).
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MENORES - Sofonías
El libro de Sofonías es una invitación a la penitencia y una afirmación del amor de dios hacia el pueblo.
SOFONÍAS fue el primero que hizo oír una voz profética en Judá, después del largo silencio que se había producido durante dos generaciones, una vez que Isaías y Miqueas pronunciaron sus últimos oráculos. El título del Libro sitúa la actividad de este profeta en tiempos del rey Josías (640-609 a. C.) y su predicación tuvo lugar casi seguramente hacia el 630, es decir, un tiempo antes de que aquel rey iniciara su célebre reforma religiosa (2 Rey. 22-23).
Ya hacía casi un siglo que Asiria había aniquilado al reino de Israel. También el reino de Judá había sido sometido al vasallaje de aquel poderoso Imperio. Esta dominación política trajo consigo la influencia de los cultos asirios sobre la población del reino del Sur. Frente a la corrupción generalizada y a las prácticas idolátricas, Sofonías aparece como un profeta "justiciero", que anuncia el "Día del Señor" como un día de ira y de venganza. Pero él no se contenta con reprobar las manifestaciones exteriores del pecado, sino que denuncia sus causas más profundas: el orgullo, la rebeldía y la falta de confianza en Dios.
A todo esto, Sofonías opone una actitud espiritual caracterizada sobre todo por la pobreza y la humildad del corazón. Es el profeta de los "pobres del Señor". A ellos se anunciaría siglos más tarde la Buena Noticia de la Salvación (Mt. 11.5) y ellos serían los "herederos del Reino que Dios ha prometido a los que lo aman" (Sant. 2. 5).
SOFONÍAS fue el primero que hizo oír una voz profética en Judá, después del largo silencio que se había producido durante dos generaciones, una vez que Isaías y Miqueas pronunciaron sus últimos oráculos. El título del Libro sitúa la actividad de este profeta en tiempos del rey Josías (640-609 a. C.) y su predicación tuvo lugar casi seguramente hacia el 630, es decir, un tiempo antes de que aquel rey iniciara su célebre reforma religiosa (2 Rey. 22-23).
Ya hacía casi un siglo que Asiria había aniquilado al reino de Israel. También el reino de Judá había sido sometido al vasallaje de aquel poderoso Imperio. Esta dominación política trajo consigo la influencia de los cultos asirios sobre la población del reino del Sur. Frente a la corrupción generalizada y a las prácticas idolátricas, Sofonías aparece como un profeta "justiciero", que anuncia el "Día del Señor" como un día de ira y de venganza. Pero él no se contenta con reprobar las manifestaciones exteriores del pecado, sino que denuncia sus causas más profundas: el orgullo, la rebeldía y la falta de confianza en Dios.
A todo esto, Sofonías opone una actitud espiritual caracterizada sobre todo por la pobreza y la humildad del corazón. Es el profeta de los "pobres del Señor". A ellos se anunciaría siglos más tarde la Buena Noticia de la Salvación (Mt. 11.5) y ellos serían los "herederos del Reino que Dios ha prometido a los que lo aman" (Sant. 2. 5).
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Fecha de inscripción : 30/04/2012
LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MENORES - Hageo o Ageo
Este libro trata principalmente de la reconstrucción del templo y se divide en cuatro discursos o sermones que se encuentran en orden cronológico.
Con AGEO comienza el último período profético, el de la época posterior al exilio en Babilonia. Durante este período, el gran tema de los Profetas fue la restauración de Judá, así como el anuncio del castigo divino había sido el tema predominante de los Profetas anteriores al exilio y la consolación de los deportados el de los que ejercieron su actividad profética durante el destierro. Es probable que Ageo, cuyo nombre se menciona junto con el de Zacarías en Esd. 5. 1; 6. 14, perteneciera al grupo de los profetas "cultuales", es decir, vinculados al servicio litúrgico. Su ministerio comenzó unos quince años después de la colocación de los cimientos del Templo y sin duda no duró mucho tiempo. Todos sus oráculos llevan la fecha correspondiente, y estas fechas van desde agosto a diciembre del 520 a. C.
El libro de Ageo, lo mismo que el de Malaquías, nos ofrece valiosas informaciones sobre la penuria material y espiritual de la comunidad judía a la vuelta del exilio. Pero su mensaje está centrado en la reconstrucción de la Casa del Señor, que había quedado interrumpida. "Hay que construir para el Señor una Morada digna de su Nombre y todo cambiará", es la consigna que el profeta repite una y otra vez. La "gloria" del segundo Templo será mayor que la del primero, no por el esplendor material del edificio, sino porque hacia él acudirán todos los pueblos con sus riquezas (2. 6-9). Así, Ageo aparece como el continuador de Ezequiel, que veía en el Templo restaurado la fuente de todas las bendiciones mesiánicas. La predicación de Ageo, apoyada por la de Zacarías, impulsó a proseguir con renovado entusiasmo la obra de la reconstrucción, que culminó cinco años más tarde con la fiesta de la Dedicación (Esd. 6. 13-18 ).
Los oráculos de Ageo concluyen con una promesa hecha a Zorobabel, el alto comisionado del gobierno persa para la provincia de Judá (2. 20-23). Esta promesa, de claro contenido mesiánico, pone bien en evidencia las esperanzas que había suscitado entre sus compatriotas la presencia de aquel descendiente de David, gran promotor de la restauración civil de la comunidad judía, junto con el sacerdote Josué, el animador de la restauración religiosa.
Con AGEO comienza el último período profético, el de la época posterior al exilio en Babilonia. Durante este período, el gran tema de los Profetas fue la restauración de Judá, así como el anuncio del castigo divino había sido el tema predominante de los Profetas anteriores al exilio y la consolación de los deportados el de los que ejercieron su actividad profética durante el destierro. Es probable que Ageo, cuyo nombre se menciona junto con el de Zacarías en Esd. 5. 1; 6. 14, perteneciera al grupo de los profetas "cultuales", es decir, vinculados al servicio litúrgico. Su ministerio comenzó unos quince años después de la colocación de los cimientos del Templo y sin duda no duró mucho tiempo. Todos sus oráculos llevan la fecha correspondiente, y estas fechas van desde agosto a diciembre del 520 a. C.
El libro de Ageo, lo mismo que el de Malaquías, nos ofrece valiosas informaciones sobre la penuria material y espiritual de la comunidad judía a la vuelta del exilio. Pero su mensaje está centrado en la reconstrucción de la Casa del Señor, que había quedado interrumpida. "Hay que construir para el Señor una Morada digna de su Nombre y todo cambiará", es la consigna que el profeta repite una y otra vez. La "gloria" del segundo Templo será mayor que la del primero, no por el esplendor material del edificio, sino porque hacia él acudirán todos los pueblos con sus riquezas (2. 6-9). Así, Ageo aparece como el continuador de Ezequiel, que veía en el Templo restaurado la fuente de todas las bendiciones mesiánicas. La predicación de Ageo, apoyada por la de Zacarías, impulsó a proseguir con renovado entusiasmo la obra de la reconstrucción, que culminó cinco años más tarde con la fiesta de la Dedicación (Esd. 6. 13-18 ).
Los oráculos de Ageo concluyen con una promesa hecha a Zorobabel, el alto comisionado del gobierno persa para la provincia de Judá (2. 20-23). Esta promesa, de claro contenido mesiánico, pone bien en evidencia las esperanzas que había suscitado entre sus compatriotas la presencia de aquel descendiente de David, gran promotor de la restauración civil de la comunidad judía, junto con el sacerdote Josué, el animador de la restauración religiosa.
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MENORES - Zacarías
Este libro habla principalmente sobre la restauración del templo y de Jerusalén y de la coronación del sumo sacerdote Josué.
Este libro consta de dos partes bastante diversas. La primera (caps. 1-8 ) es la obra del profeta ZACARÍAS, que ejerció su actividad en Jerusalén desde noviembre del 520 a. C. –un mes antes que la concluyera Ageo– hasta diciembre del 518. La segunda es más de un siglo posterior y proviene de uno o varios autores, designados habitualmente con el nombre de Segundo o Déutero Zacarías.
Bajo este aspecto, el libro de Zacarías se asemeja al de Isaías, que se divide en tres partes, de autores y épocas diferentes, agrupadas bajo el nombre del gran profeta del siglo VIII.
Primera Parte del Libro de Zacarías
Zacarías era de familia sacerdotal y pertenecía probablemente al grupo de profetas dedicados al servicio del Santuario. Esto explica la importancia que atribuye al Templo, al sacerdocio y a todas las cuestiones relacionadas con el culto. Su obra es "muy oscura", como ya lo señalaba san Jerónimo. En ella se entremezclan fragmentos de una autobiografía, visiones simbólicas que preludian los "apocalipsis" posteriores y una serie de oráculos mesiánicos.
Zacarías insiste en la necesidad de reconstruir el Templo (1. 16; 4. 9; 6. 15). Pero, más allá de esta finalidad inmediata, desarrolla el mesianismo esbozado por Ageo en torno a la persona de Zorobabel y va marcando las etapas que llevarán a la instauración de la era mesiánica. El Señor va a entrar en acción (1. 7-15). Las naciones enemigas serán derrotadas (2. 1-4) y Jerusalén será reconstruida en una zona sin fronteras, porque el mismo Señor será su muralla (2. 5-9). Josué y Zorobabel –representantes de los poderes religioso y civil– ejercerán en perfecta armonía el gobierno de la comunidad (3. 1 – 4. 14). El país será purificado de toda maldad (5. 1-11) y Babilonia, "el país del Norte", recibirá su castigo (6. 1-8 ). Una acción simbólica presenta a Zorobabel como rey davídico (6. 9-15) y una cuestión sobre el ayuno ofrece al profeta la ocasión de hacer un llamado a la conversión, mediante la práctica de la justicia, de la fidelidad y la misericordia (7. 8-14). Por último, el profeta amplía su perspectiva en sentido universalista, siguiendo la línea del Segundo Isaías.
Zacarías hace revivir el antiguo mesianismo real, vinculado a la descendencia de David. Pero su estrecha relación con los medios sacerdotales le hace asociar al príncipe davídico un jefe religioso, el Sumo Sacerdote Josué. Esta doble corriente –real y sacerdotal– del mesianismo del Antiguo Testamento encontrará su plena realización en Jesucristo, "nacido de la estirpe de David según la carne" (Rom. 1. 3) y constituido a la vez "Sumo Sacerdote de los bienes futuros" (Heb. 9. 11).
Segunda Parte del Libro de Zacarías
Los seis capítulos siguientes del libro de Zacarías difieren considerablemente de los ocho primeros. Mientras que las visiones y los oráculos de la primera parte están fechados y son expresamente atribuidos a Zacarías, de ahora en adelante no se menciona más a este profeta y faltan por completo las indicaciones cronológicas. También el trasfondo histórico se ha modificado. Ya no se habla para nada de la reconstrucción del Templo, y la esperanza mesiánica –que antes estaba centrada en la persona de Zorobabel, como símbolo de la restauración nacional– ahora se desplaza hacia otras figuras de perfil menos definido: el Rey Mesías pobre y pacífico (9. 9-10), el Buen Pastor despreciado y rechazado (11. 4-14) y el misterioso "Traspasado" (12. 10). Con toda probabilidad, esta segunda parte fue compuesta entre los años 330 y 300 a. C., cuando los Seléucidas y los Lágidas se repartieron el poder y la herencia de Alejandro Magno (1 Mac. 1. 1-9). Así se explica la mención de los griegos como una fuerza hostil al Pueblo de Dios (9. 13).
Estos capítulos son una recopilación de oráculos, cuyo tema común es la decisión del Señor de establecer su reinado definitivo sobre toda la tierra (14. 9). Con estos elementos de origen y estilo diversos, el redactor final parece haber construido una especie de díptico, compuesto de dos partes simétricas, que describen la instauración de la era mesiánica siguiendo un doble movimiento: después de una primera intervención de Dios, que culmina en un aparente fracaso (11. 15-17), la nueva Jerusalén, liberada de sus enemigos y purificada de sus pecados, se convierte en el polo de atracción de todos los pueblos (14. 16).
A pesar de ser uno de los escritos más desconcertantes del Antiguo Testamento, la obra del Segundo Zacarías tiene el gran valor de haber conservado los últimos restos del profetismo bíblico. Sus oráculos atestiguan la persistencia de la esperanza mesiánica durante la dominación griega. Además, se debe destacar que este es uno de los Libros más citados en los Evangelios: tres veces en el de Mateo (21. 5; 26. 31; 27. 9-10), una en el de Marcos (14. 27) y una en el de Juan (19. 37).
Este libro consta de dos partes bastante diversas. La primera (caps. 1-8 ) es la obra del profeta ZACARÍAS, que ejerció su actividad en Jerusalén desde noviembre del 520 a. C. –un mes antes que la concluyera Ageo– hasta diciembre del 518. La segunda es más de un siglo posterior y proviene de uno o varios autores, designados habitualmente con el nombre de Segundo o Déutero Zacarías.
Bajo este aspecto, el libro de Zacarías se asemeja al de Isaías, que se divide en tres partes, de autores y épocas diferentes, agrupadas bajo el nombre del gran profeta del siglo VIII.
Primera Parte del Libro de Zacarías
Zacarías era de familia sacerdotal y pertenecía probablemente al grupo de profetas dedicados al servicio del Santuario. Esto explica la importancia que atribuye al Templo, al sacerdocio y a todas las cuestiones relacionadas con el culto. Su obra es "muy oscura", como ya lo señalaba san Jerónimo. En ella se entremezclan fragmentos de una autobiografía, visiones simbólicas que preludian los "apocalipsis" posteriores y una serie de oráculos mesiánicos.
Zacarías insiste en la necesidad de reconstruir el Templo (1. 16; 4. 9; 6. 15). Pero, más allá de esta finalidad inmediata, desarrolla el mesianismo esbozado por Ageo en torno a la persona de Zorobabel y va marcando las etapas que llevarán a la instauración de la era mesiánica. El Señor va a entrar en acción (1. 7-15). Las naciones enemigas serán derrotadas (2. 1-4) y Jerusalén será reconstruida en una zona sin fronteras, porque el mismo Señor será su muralla (2. 5-9). Josué y Zorobabel –representantes de los poderes religioso y civil– ejercerán en perfecta armonía el gobierno de la comunidad (3. 1 – 4. 14). El país será purificado de toda maldad (5. 1-11) y Babilonia, "el país del Norte", recibirá su castigo (6. 1-8 ). Una acción simbólica presenta a Zorobabel como rey davídico (6. 9-15) y una cuestión sobre el ayuno ofrece al profeta la ocasión de hacer un llamado a la conversión, mediante la práctica de la justicia, de la fidelidad y la misericordia (7. 8-14). Por último, el profeta amplía su perspectiva en sentido universalista, siguiendo la línea del Segundo Isaías.
Zacarías hace revivir el antiguo mesianismo real, vinculado a la descendencia de David. Pero su estrecha relación con los medios sacerdotales le hace asociar al príncipe davídico un jefe religioso, el Sumo Sacerdote Josué. Esta doble corriente –real y sacerdotal– del mesianismo del Antiguo Testamento encontrará su plena realización en Jesucristo, "nacido de la estirpe de David según la carne" (Rom. 1. 3) y constituido a la vez "Sumo Sacerdote de los bienes futuros" (Heb. 9. 11).
Segunda Parte del Libro de Zacarías
Los seis capítulos siguientes del libro de Zacarías difieren considerablemente de los ocho primeros. Mientras que las visiones y los oráculos de la primera parte están fechados y son expresamente atribuidos a Zacarías, de ahora en adelante no se menciona más a este profeta y faltan por completo las indicaciones cronológicas. También el trasfondo histórico se ha modificado. Ya no se habla para nada de la reconstrucción del Templo, y la esperanza mesiánica –que antes estaba centrada en la persona de Zorobabel, como símbolo de la restauración nacional– ahora se desplaza hacia otras figuras de perfil menos definido: el Rey Mesías pobre y pacífico (9. 9-10), el Buen Pastor despreciado y rechazado (11. 4-14) y el misterioso "Traspasado" (12. 10). Con toda probabilidad, esta segunda parte fue compuesta entre los años 330 y 300 a. C., cuando los Seléucidas y los Lágidas se repartieron el poder y la herencia de Alejandro Magno (1 Mac. 1. 1-9). Así se explica la mención de los griegos como una fuerza hostil al Pueblo de Dios (9. 13).
Estos capítulos son una recopilación de oráculos, cuyo tema común es la decisión del Señor de establecer su reinado definitivo sobre toda la tierra (14. 9). Con estos elementos de origen y estilo diversos, el redactor final parece haber construido una especie de díptico, compuesto de dos partes simétricas, que describen la instauración de la era mesiánica siguiendo un doble movimiento: después de una primera intervención de Dios, que culmina en un aparente fracaso (11. 15-17), la nueva Jerusalén, liberada de sus enemigos y purificada de sus pecados, se convierte en el polo de atracción de todos los pueblos (14. 16).
A pesar de ser uno de los escritos más desconcertantes del Antiguo Testamento, la obra del Segundo Zacarías tiene el gran valor de haber conservado los últimos restos del profetismo bíblico. Sus oráculos atestiguan la persistencia de la esperanza mesiánica durante la dominación griega. Además, se debe destacar que este es uno de los Libros más citados en los Evangelios: tres veces en el de Mateo (21. 5; 26. 31; 27. 9-10), una en el de Marcos (14. 27) y una en el de Juan (19. 37).
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LIBROS PROFÉTICOS - PROFETAS MENORES - Malaquías
Este es el último libro del antiguo testamento que reprocha las actitudes de las familias al separarse y el comportamiento de los sacerdotes por el no cumplimiento al culto divino.
Los oráculos que cierran la colección de los escritos proféticos son la obra de un profeta cuyo verdadero nombre nos es desconocido. El nombre MALAQUÍAS –que en hebreo significa "mi mensajero"– fue tomado seguramente de 3. 1 y puesto como título en el encabezamiento del Libro. Aunque estos oráculos no traen ninguna indicación cronológica, la actividad de Malaquías suele situarse poco antes del 445 a. C., fecha en que Nehemías llegó a Jerusalén para llevar a cabo la reforma política y religiosa de la comunidad judía. Este escrito proporciona datos muy valiosos sobre las condiciones de vida del Judaísmo a mediados del siglo V a. C., corroborando y completando la información que nos dan los libros de Esdras y Nehemías.
Cuando Malaquías desarrolló su actividad profética, el Templo ya estaba reconstruido, pero el culto divino y la conducta de los sacerdotes dejaba mucho que desear (2. 1-9). A estos abusos en la práctica del culto se sumaban otros de carácter moral y social. Los ricos oprimían a los pobres (3. 5; Neh. 5. 1-5), muchos repudiaban a la esposa de su juventud para casarse con mujeres extranjeras (2. 14) y otros consideraban que era inútil servir al Señor, ya que a los malos les va mejor que a los buenos (2. 17; 3. 13-14). Todos estos pecados son condenados por Malaquías. Frente a la indiferencia y al escepticismo generalizados, él reafirma decididamente el amor de Dios hacia su Pueblo (1. 2-5). Con la misma energía condena los abusos cometidos en el Templo (1. 13-14), reprueba los matrimonios con mujeres paganas (2. 11) y exhorta a la fidelidad matrimonial (2. 15-16), que encuentra su prototipo en la fidelidad del Señor hacia Israel.
Por último, el profeta anuncia el "Día del Señor", que purificará a los sacerdotes, destruirá toda injusticia y dará el triunfo a los justos. Esta restauración del orden moral (3. 5) y del orden cultual (3. 4) culminará en el sacrificio perfecto ofrecido al Señor por todas las naciones (1. 11), que preludia el sacrificio incruento de la Nueva Alianza. En el más célebre de sus oráculos proféticos, Malaquías describe la llegada del Señor, preparada por un misterioso mensajero (3. 1), a quien el Evangelio indentifica con Juan el Bautista, el Precursor de Jesús (Mt. 11. 10).
Los oráculos que cierran la colección de los escritos proféticos son la obra de un profeta cuyo verdadero nombre nos es desconocido. El nombre MALAQUÍAS –que en hebreo significa "mi mensajero"– fue tomado seguramente de 3. 1 y puesto como título en el encabezamiento del Libro. Aunque estos oráculos no traen ninguna indicación cronológica, la actividad de Malaquías suele situarse poco antes del 445 a. C., fecha en que Nehemías llegó a Jerusalén para llevar a cabo la reforma política y religiosa de la comunidad judía. Este escrito proporciona datos muy valiosos sobre las condiciones de vida del Judaísmo a mediados del siglo V a. C., corroborando y completando la información que nos dan los libros de Esdras y Nehemías.
Cuando Malaquías desarrolló su actividad profética, el Templo ya estaba reconstruido, pero el culto divino y la conducta de los sacerdotes dejaba mucho que desear (2. 1-9). A estos abusos en la práctica del culto se sumaban otros de carácter moral y social. Los ricos oprimían a los pobres (3. 5; Neh. 5. 1-5), muchos repudiaban a la esposa de su juventud para casarse con mujeres extranjeras (2. 14) y otros consideraban que era inútil servir al Señor, ya que a los malos les va mejor que a los buenos (2. 17; 3. 13-14). Todos estos pecados son condenados por Malaquías. Frente a la indiferencia y al escepticismo generalizados, él reafirma decididamente el amor de Dios hacia su Pueblo (1. 2-5). Con la misma energía condena los abusos cometidos en el Templo (1. 13-14), reprueba los matrimonios con mujeres paganas (2. 11) y exhorta a la fidelidad matrimonial (2. 15-16), que encuentra su prototipo en la fidelidad del Señor hacia Israel.
Por último, el profeta anuncia el "Día del Señor", que purificará a los sacerdotes, destruirá toda injusticia y dará el triunfo a los justos. Esta restauración del orden moral (3. 5) y del orden cultual (3. 4) culminará en el sacrificio perfecto ofrecido al Señor por todas las naciones (1. 11), que preludia el sacrificio incruento de la Nueva Alianza. En el más célebre de sus oráculos proféticos, Malaquías describe la llegada del Señor, preparada por un misterioso mensajero (3. 1), a quien el Evangelio indentifica con Juan el Bautista, el Precursor de Jesús (Mt. 11. 10).
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NUEVO TESTAMENTO
El Nuevo Testamento, es básicamente la recopilación de los TESTIMONIOS sobre LA PALABRA HECHA CARNE.
Para su estudio podemos dividirlo en:
Asi que procedamos a leer sobre esta SEGUNDA PARTE DE LA BIBLIA.
Saludos,
Para su estudio podemos dividirlo en:
- LOS EVANGELIOS SINOPTICOS
- EL EVANGELIO JOANICO
- HECHOS DE LOS APOSTOLES
- CARTAS PAULINAS
- CARTAS CATÓLICAS
- APOCALIPSIS DE SAN JUAN.
Asi que procedamos a leer sobre esta SEGUNDA PARTE DE LA BIBLIA.
Saludos,
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NUEVO TESTAMENTO - Los Evangelios Sinópticos
De los cuatro libros canónicos que narran la «Buena Nueva» (significado de la palabra griega «Evangelio») traída por Jesucristo, los tres primeros presentan entre sí tales semejanzas que pueden ponerse en columnas paralelas y abarcarse «de una sola mirada», que es a su vez el significado de la palabra «sin-óptico». Pero presentan también entre sí numerosas divergencias. ¿Cómo explicar a la vez estas semejanzas y estas divergencias? Lo que equivale a preguntarse: ¿cómo se formaron?
La tradición oral.
Para comprenderlo, hay que admitir en primer lugar que, antes de ser puestos por escrito, los evangelios, o por lo menos una gran cantidad de los materiales que contienen, se transmitieron oralmente. Lo primero fue la predicación oral de los apóstoles, centrada en torno al «kerygma» que anunciaba la muerte redentora y la resurrección del Señor. Iba dirigida a los judíos a quienes había que probar, mediante el testimonio de los apóstoles sobre la resurrección, que Jesús era efectivamente el Mesías anunciado por los profetas antiguos; y concluía con un llamamiento a la conversión. De esta predicación nos dan resúmenes típicos los discursos de Pedro en los Hechos de los Apóstoles (Hch 4 8-12, más desarrollados en 3 12-26; 2 14-36 y sobre todo 13 16-41), así como Pablo en 1 Co 15 3-7. Según Lc 24 44-48, este «kerygma» fundamental hundiría sus raíces incluso en las consignas de Cristo resucitado. Pero a aquellos que se convertían había que darles, antes que recibiesen el bautismo, una instrucción más completa sobre la vida y la enseñanza de Jesús.
Un resumen de esta catequesis pre-bautismal se nos da en Hch 10 37-43, cuyo esquema anuncia ya la estructura del evangelio de Mc: bautismo dado por Juan durante el cual Jesús recibe el Espíritu, actividad taumatúrgica de Cristo en el país de los judíos, su crucifixión seguida de su resurrección y de sus apariciones a algunos discípulos privilegiados, todo ello garantizado por el testimonio de los apóstoles. Según los Hechos, esta información procede todavía de la predicación oral. Muy pronto también, para ayudar a los predicadores y a los catequistas cristianos, se reunieron por temas comunes los principales «dichos» de Jesús. Vestigios de ello los tenemos todavía en nuestros evangelios actuales: estos «dichos» están a menudo unidos unos con otros por palabras-clave a fin de facilitar la memorización. En la Iglesia primitiva había también narradores especializados, como los «evangelistas», Hch 21 8; Ef 4 11; 2 Tm 4 5, que contaban los recuerdos evangélicos bajo una forma que tendía a fijarse por la repetición.
Sabemos también, gracias a dos testimonios independientes (ver infra), que el segundo evangelio fue predicado por Pedro antes de ser puesto por escrito por Marcos. Y Pedro no fue el único testigo ocular entre los que anunciaban a Cristo; sin duda tampoco los otros tenían necesidad de documentos escritos para ayudar a su memoria. Pero es claro que un mismo suceso tenía que ser narrado por ellos según formas literarias diferentes. Un caso típico lo tenemos en el relato de la institución de la Eucaristía. Antes de escribirlo a los fieles de Corinto, sin duda Pablo lo refirió oralmente según una tradición particular (1 Co 11 23-26) conocida también de Lc (22 19-20). Pero el mismo relato se nos ha transmitido, con variantes importantes, según una tradición conocida de Mt (26 26-29) y de Mc (14 22-25).
Es, pues, en la tradición oral donde hay que buscar la causa primera de las semejanzas y de las divergencias entre los Sinópticos. Sin embargo, esta tradición oral no es capaz por sí sola de dar cuenta de las semejanzas tan numerosas como sorprendentes, tanto en el detalle de los textos como en el orden de las perícopas, que sobrepasan las posibilidades de la memoria, incluso la antigua y oriental. Para explicar el origen de nuestros evangelios es necesario recurrir a una documentación escrita.
Testimonios de Papías y Clemente.
El testimonio más antiguo que tenemos sobre la composición de los evangelios canónicos es el de Papías, obispo de Hierápolis, en Frigia, que escribió hacia el 130 una «Interpretación (exégesis) de los Oráculos del Señor», en cinco libros. Esta obra se perdió hace mucho tiempo, pero el historiador Eusebio de Cesarea nos ha conservado de ella los dos pasajes siguientes: «Y el Anciano decía: Marcos, que fue el intérprete de Pedro, puso por escrito cuidadosamente todo aquello de lo que guardaba memoria, aunque sin ajustarse al orden de las cosas que el Señor había dicho y realizado. En efecto, a quien él escuchó o acompañó no fue al Señor sino a Pedro más tarde, como ya he dicho. Éste procedía según las conveniencias de su enseñanza y no como si quisiera dar la ordenanza de los oráculos del Señor. Por tanto, no se puede censurar a Marcos el haberlos redactado del modo como él los recordaba. Su única preocupación fue no omitir nada de lo que había oído, sin permitirse ninguna falsedad en ello». Inmediatamente después, Eusebio añade el testimonio de Papías sobre Mateo: «Mateo, pues, puso en orden los oráculos, en lengua hebrea; cada uno los interpretó como podía» (Hist. Eccl., III, 39, 15-16).
Un segundo testimonio sobre la composición de los evangelios nos lo da Clemente de Alejandría (a su vez citado por Eusebio de Cesarea): «En los mismos libros también, Clemente cita una tradición de los Ancianos relativa al orden de los evangelios; es ésta: decía que los evangelios que contienen las genealogías fueron escritos primero y que el de san Marcos lo fue en las circunstancias siguientes: Después que Pedro hubo predicado públicamente la doctrina en Roma y expuesto el evangelio [guiado] por el Espíritu, sus oyentes, que eran muchos, animaron a Marcos, como que él era el que le había acompañado desde hacía tiempo y guardaba en su memoria sus palabras, a transcribir lo que aquél había dicho; así lo hizo y transcribió el evangelio a los que se lo habían pedido. Al enterarse de ello Pedro, no emitió consejo en ningún sentido, ni para impedírselo ni para recomendárselo» (Hist. Eccl., IV, 14, 5-7). Al igual que el de Papías, este testimonio se remonta a los Ancianos, es decir a hombres de la segunda generación cristiana. Toda la tradición posterior, griega, latina o incluso siríaca (Efrén), no hará sino repetir, añadiendo algunos detalles, estos dos testimonios fundamentales. ¿Qué podemos deducir de ello?
Papías y Clemente concuerdan en atribuir la composición de uno de los evangelios a Marcos, discípulo de Pedro (ver 1 P 5 13), cuya predicación habría puesto por escrito. Viniendo de dos fuentes arcaicas independientes, esta información puede ser tenida por cierta. Según Clemente, Marcos habría escrito viviendo todavía Pedro, el cual, por lo demás, se habría desinteresado más o menos del asunto. Papías no nos da ningún dato explícito sobre este punto. Su texto deja más bien entender que Marcos habría escrito después de la muerte de Pedro, y en este sentido lo interpretarán Ireneo de Lyon y el más antiguo Prólogo evangélico que ha llegado hasta nosotros (finales del siglo II). Papías no nos dice dónde escribió Marcos su evangelio. Clemente precisa que fue en Roma, donde Pedro ejercía su ministerio. Este detalle, recogido en la tradición posterior, parece exacto porque el evangelio de Marcos contiene un cierto número de palabras griegas que no son más que una transcripción del latín.
Clemente no nos da ninguna noticia sobre Mateo, salvo lo de que su evangelio contenía una genealogía de Cristo (Mt 1 1-17). Según Papías, habría escrito en hebreo, término que podría aplicarse también al arameo, y luego su obra habría sido traducida al griego. Este detalle será repetido unánimemente por la tradición posterior. Un hecho podría confirmarlo. En los dos pasajes fundamentales citados más arriba, los datos relativos a Marcos son mucho más extensos que los que se refieren a Mateo, de quien ni siquiera se nos dice que se trata del publicano de Mt 9 9. ¿No sería esto un indicio de que el evangelio de Marcos, escrito en griego, se habría divulgado rápidamente en el mundo cristiano hasta que el de Mateo, que lo sustituirá como evangelio de base, fue traducido del hebreo (o del arameo) al griego? Pero Papías y Clemente ya no concuerdan cuando se trata de establecer el orden en el que habrían sido escritos los evangelios. Papías parece decir que Mateo habría puesto en orden los «oráculos» de Cristo que Marcos nos había transmitido en desorden. Probablemente este dato no debe ser tomado a la letra.
Por último, para Papías Mateo habría escrito después de Marcos; según Clemente, Marcos habría escrito después de Mateo y Lucas, cuyos evangelios contienen una genealogía de Cristo (Mt 1 1-17; Lc 3 23-38 ). La tradición posterior, desde Ireneo, retendrá el orden Mt, Mc, Lc; pero ¿no sería porque Mt se había convertido en el evangelio fundamental? Los datos tradicionales son, pues, contradictorios en lo que se refiere al orden de producción de los tres Sinópticos. Sobre Lucas, Eusebio de Cesarea no nos ha conservado testimonio de Papías, si es que hubo alguno. Desde Ireneo y los antiguos Prólogos evangélicos, la tradición atribuirá su redacción a Lucas, el médico discípulo de Pablo (Col 4 14; Flm 24; 2 Tm 4 11).
El problema sinóptico.
Estos datos, que no son siempre concordantes, están lejos de resolver el problema sinóptico. Por ejemplo, Papías habla de un evangelio de Mateo escrito «en lengua hebrea», perdido desde hace tiempo, pero no nos dice nada sobre la forma griega, sin duda más desarrollada, del evangelio según Mateo que nosotros tenemos actualmente. Por lo demás, esta forma griega ha podido recibir variantes, como lo atestiguan, entre otros, las citas de este evangelio hechas por los Padres antiguos, especialmente el apologista Justino.
En cuanto a Marcos, aun cuando su fuente sea Pedro, cabe preguntarse por qué se muestra tan parco respecto de la enseñanza de Jesús. ¿Fue su evangelio el primero en ser escrito, como parece afirmar Papías, o por el contrario el último de los tres, como expresamente dice Clemente? Y ¿de dónde ha tomado Lucas las tradiciones que son propias de él? ¿En qué medida ha comprendido el mensaje de Pablo, de quien fue discípulo? En fin, los evangelios escritos por Marcos, Mateo y Lucas ¿no recibieron complementos, o hasta modificaciones más o menos profundas, desde el momento en que fueron compuestos hasta el de su recepción definitiva en las iglesias?
Y ¿en qué fecha aproximadamente tuvo lugar esto? Para responder a esta pregunta, es preciso tomar el problema remontándose en el tiempo. Conocemos actualmente más de 2000 manuscritos griegos en pergamino que contienen el texto de los evangelios sinópticos, escalonándose entre los siglos IV y XIV. Todos estos manuscritos ofrecen entre sí variantes inevitables, pero que no pasan de ser variantes de detalle.
Los textos que nosotros utilizamos en nuestros días, ya sea para estudiar los Sinópticos ya para traducirlos a lenguas modernas, se fundan en los dos más antiguos de estos manuscritos: el Sinaítico, que proviene del monasterio de Santa Catalina del Sinaí, hoy conservado en el Museo Británico, y sobre todo el Vaticano, conservado en la Biblioteca Vaticana. Ambos se datan de mediados del siglo IV. Pero la autenticidad del texto que nos ofrecen puede ser atestiguada de diferentes maneras. Desde comienzos de este siglo se han descubierto en Egipto un buen número de papiros con textos del NT. Citemos dos de los más importantes. Un códice que contiene alrededor de cuatro quintas partes de Lucas (e importantes fragmentos de Juan) se data de comienzos del siglo III. Es propiedad de la Biblioteca Bodmer, en Cologny, cerca de Ginebra. Su texto es muy próximo del que nos da el Vaticano. Por su parte, en la colección Chester Beatty, de Dublín, se conservan numerosos fragmentos bastante importantes de los cuatro evangelios, pertenecientes a un códice datado de mediados del siglo III. Aunque menos próximo del Vaticano que el precedente, su texto tampoco difiere de él más que en variantes de detalle. Otros cuatro fragmentos, mucho más modestos, pues sólo contienen algunos versículos de Mateo, se datan también o del siglo III, o incluso el más antiguo de finales del siglo II o comienzos del III. A este testimonio de los manuscritos griegos hay que añadir el de las versiones antiguas.
Desde finales del siglo II, los evangelios fueron traducidos al latín en África del norte (probablemente Cartago) así como al siríaco. La versión copta se remonta al siglo III. Esto por hablar sólo de las más importantes y más antiguas. Hay que tener presente, en fin, las numerosas citas evangélicas hechas por los Padres antiguos: Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría y Orígenes entre los griegos, Tertuliano y Cipriano entre los africanos, Áfrates y Efrén entre los sirios. Todo esto forma un conjunto de testimonios concordantes, repartidos por todo el mundo cristiano, que nos permiten afirmar que los evangelios, sin perjuicio de las variantes inevitables que no afectan a su sustancia, estaban ya compuestos desde mediados del siglo II, e incluso probablemente en fecha más antigua, en la forma en que ahora los conocemos.
Una mención especial merece el apologista Justino, quien escribía hacia el 150 su Diálogo con Trifón y sus dos Apologías del cristianismo. Aunque cita a menudo los evangelios, nunca lo hace con el nombre de Mateo, Lucas o Marcos, sino bajo el más general de «Memorias de los apóstoles». Algunos han creído poder concluir de aquí que Justino ignoraba la división en cuatro evangelios, afirmada con fuerza por Ireneo unos treinta años más tarde. Un estudio de sus citas permite pensar que Justino utilizaba de hecho una armonía evangélica compuesta a partir de los tres Sinópticos, y probablemente también de Juan.
El problema sinóptico se plantea, por tanto, para el período que se extiende entre la composición de los primeros evangelios por Mateo, Marcos y Lucas, y la forma en que los conocemos ahora que, en lo esencial, podría remontarse a los comienzos del siglo II. ¿Cómo explicar a la vez las semejanzas y las divergencias que existen entre los tres evangelios sinópticos en esta forma que hoy conocemos? Muchas controversias ha suscitado este problema desde hace dos siglos, y no es cuestión aquí de entrar en detalles demasiado técnicos. Indiquemos simplemente las tendencias generales de la exegésis moderna.
La teoría que goza de mayor favor es la de las Dos Fuentes. Elaborada hacia mediados del siglo pasado, hoy es aceptada con mayor o menor convicción por la inmensa mayoría de los exegetas, tanto católicos como protestantes. Una de las dos fuentes en cuestión sería Mc, de quien dependerían Mt Lc en todos los relatos que tienen en común con él (triple tradición).Mt y Lc contienen también bastantes secciones, especialmente de los «dichos» de Cristo (así: el Sermón inaugural de Jesús) desconocidas de Mc (doble tradición).Como, según la teoría de las Dos Fuentes, estos dos evangelios son independientes entre sí, habría que admitir que ambos se sirvieron de otra fuente a la que se llama Q (inicial de la palabra alemana «Quelle», fuente). En cuanto a las secciones propias, tanto de Mt como de Lc, provendrían de fuentes secundarias que conocerían cada uno de ellos.
Presentada de esta forma, la teoría de las Dos Fuentes se presta a una seria objeción. Incluso en las secciones dependientes de la triple tradición, Mt Lc ofrecen entre sí no pocas concordancias contra Mc, positivas o negativas, más o menos importantes. Si es verdad que un cierto número de estas concordancias puede explicarse como reacciones naturales de Mt Lc en su esfuerzo por mejorar el texto un poco tosco de Mc, queda aún otra porción de ellas que es difícil de explicar. En vista de ello, algunos exegetas han perfeccionado la teoría suponiendo que Mt Lc dependerían, no del Mc tal como ha llegado a nosotros, sino de una forma anterior (proto-Mc) ligeramente diferente del Mc actual. Sea lo que fuere de este último punto, es cierto que la teoría de las Dos Fuentes, relativamente simple, permite justificar un gran número de hechos «sinópticos». Por otro lado, concuerda en parte con el dato tradicional heredado de Papías: la prioridad se da a Mc.Los relatos de este evangelio, vivos y ricos en detalles concretos, podrían muy bien reflejar la predicación de Pedro. Algunos han propuesto incluso identificar la fuente Q (colección sobre todo de los «dichos» de Jesús) con Mt, de quien Papías dice que puso en orden los «oráculos» del Señor. Pero Papías emplea la misma expresión para designar el evangelio de Mc (como también para el título de su obra) y nada permite pensar que el Mt del que habla no habría contenido más que logia. Sigue siendo verdad que la existencia de una colección de «dichos» de Jesús, al servicio de las necesidades de la catequesis, es muy verosímil; el evangelio (no canónico) de Tomás sería un buen ejemplo de ello.
Desde hace varias décadas, algunos exegetas, sobre todo en Inglaterra y en los Estados Unidos, han querido rescatar una teoría propuesta hace algo más de dos siglos por Griesbach y que tendría la ventaja, a sus ojos, de evitar el recurso a una fuente hipotética como la de Q. Esa teoría se apoya en la tradición de los Ancianos referida por Clemente de Alejandría: el primer evangelio sería el de Mt, Lc dependería de Mt; y Mc, que sería el último, dependería unas veces de Mt otras de Lc, a los que habría simplificado. Es cierto que muchas veces parece que Mc ha fundido los textos paralelos de Mt Lc (hecho que la teoría de las Dos Fuentes apenas puede justificar). Pero ¿en qué queda el dato tradicional (Papías y Clemente) que dice que Marcos puso por escrito la predicación de Pedro? Y ¿cómo suponer que Marcos habría omitido deliberadamente los evangelios de la infancia así como la mayor parte de los «dichos» del Señor, en particular la casi totalidad del discurso inaugural de Jesús?
En fin, otros exegetas siguen persuadidos de que la teoría de las Dos Fuentes, a pesar de sus ventajas, es demasiado simple para poder explicar la totalidad de los hechos sinópticos. Sin duda, Mc parece a menudo más primitivo que Mt Lc, pero también es verdad lo contrario: a veces presenta rasgos tardíos, tales como paulinismos o también adaptaciones a lectores del mundo grecorromano, mientras que Mt o Lc, incluso en los textos de la triple tradición, conservan detalles arcaicos, de expresión semítica o de ambiente palestino. Surge entonces la hipótesis según la cual las relaciones entre los Sinópticos habría que considerarlas, no ya al nivel de los evangelios tal como los tenemos ahora, sino al nivel de redacciones más antiguas que podrían llamarse pre-Mt, pre-Lc, incluso pre-Mc, sin perjuicio por lo demás de que todos estos documentos intermedios pudieran depender de una fuente común que no sería otra que el Mt escrito en arameo, y traducido después al griego de diferentes maneras, del que habla Papías. De ahí la posibilidad de pensar en la existencia de interreacciones entre las diversas tradiciones evangélicas, más complejas pero también más flexibles, que podrían explicar mejor todos los hechos sinópticos.
Esta hipótesis daría cuenta también de un hecho apuntado desde finales del siglo pasado: algunos autores antiguos, en particular el apologista Justino y otros después de él, citan los evangelios de Mt Lc bajo una forma un poco diferente de la que nosotros conocemos, y a veces más arcaica. ¿No habrían tenido a mano estos pre-Mt y pre-Lc que antes mencionábamos? Estudios de detalle han mostrado igualmente que Lc Jn ofrecen entre sí contactos tan estrechos, sobre todo (pero no exclusivamente) en lo que se refiere a los relatos de la pasión y de la resurrección, que podrían explicarse por la utilización de una fuente común ignorada de Mt de Mc.
Redacción de los Sinópticos.
La fecha de la redacción de los Sinópticos es muy difícil de precisar, y tal datación dependerá forzosamente de la solución que se acepte del problema sinóptico. En la hipótesis de la teoría de las Dos Fuentes, la composición de Mc se situará un poco antes (Clemente de Alejandría) o un poco después (Ireneo) de la muerte de Pedro, por tanto entre el 64 y el 70, no después de esta fecha dado que no parece suponer que la destrucción de Jerusalén se haya consumado ya. Las obras de Mt-griego y de Lc serían posteriores a él, por hipótesis; lo cual se confirmaría por el hecho de que, con toda probabilidad, Mt-griego y Lc suponen que la ruina de Jerusalén es ya un hecho consumado, Mt 22 7; Lc 19 42-44; Lc 21 20-24. Su fecha estaría entonces entre el 75 y el 90. Pero hay que reconocer también que este último argumento no es definitivo. Si lo fuera, valdría igualmente para inferir, por ejemplo, que Ezequiel habría profetizado la destrucción de Jerusalén por los caldeos después de la toma de la ciudad (comparar Ez 4 1-2 con Lc 19 42-44), lo que es manifiestamente falso. Para una datación tardía del Mt-griego, sería más procedente invocar ciertos detalles que denotan una polémica contra el judaísmo rabínico salido de la asamblea de Yammia, la cual tuvo lugar por el año 80. Y si se admite que los Sinópticos fueron compuestos en etapas sucesivas, la datación de su última redacción deja abierta la posibilidad de fechas más antiguas para las redacciones intermedias, y con mayor razón para el Mt arameo que estaría en el origen de la tradición sinóptica.
De todos modos, el origen apostólico, directo o indirecto, y la génesis literaria de los tres Sinópticos justifican su valor histórico, permitiéndonos además apreciar cómo éste debe ser entendido. Derivados de la predicación oral que se remonta a los comienzos de la comunidad primitiva, estos textos tienen en su base la garantía de testigos oculares, Lc 1 1-2. Indudablemente ni los apóstoles ni los otros predicadores y narradores evangélicos trataban de hacer «historia», en el sentido técnico y moderno de la palabra. Su propósito era más teológico y misionero: hablaban para convertir y edificar, para inculcar y esclarecer la fe, para defenderla contra los adversarios, 2 Tm 3 16. Pero lo hicieron apoyándose en testimonios verídicos, garantizados por el Espíritu, Lc 24 48-49; Hch 1 8; Jn 15 26-27, exigidos tanto por la probidad de su con- ciencia como por el cuidado de no dar pie a refutaciones hostiles.
Los redactores evangélicos que después de ellos consignaron y reunieron sus testimonios lo hicieron con el mismo afán de honesta objetividad que respeta las fuentes, como bien lo demuestran la simplicidad y el arcaísmo de sus composiciones, en las que tan poco lugar se concede a elaboraciones teológicas posteriores. En comparación con algunos evangelios apócrifos que tanto abundarán en creaciones legendarias e inverosímiles, son más bien parcos. Si los tres Sinópticos no son biografías modernas, nos ofrecen no obstante muchas informaciones históricas sobre Jesús y los que le siguieron. Pueden compararse con las vidas helenísticas populares, por ejemplo las de Plutarco, que no ocultan su simpatía para con su personaje, pero sin ofrecer un desarrollo psicológico suficiente como para satisfacer los gustos modernos. Pero hay modelos más próximos en el AT, como las historias de Moisés, de Jeremías, de Elías. Los evangelios se distinguen de los modelos paganos por su seriedad ética y su finalidad religiosa, de los modelos veterotestamentarios por su convicción de la superioridad mesiánica de Jesús (por no entrar en más detalles).
Esto no quiere decir, sin embargo, que cada uno de los hechos o de los dichos que refieren pueda tomarse como reproducción rigurosamente exacta de lo que sucedió en la realidad. Las leyes inevitables de todo testimonio humano y de su transmisión disuaden de esperar una tal exactitud material, y los hechos contribuyen a recomendar esta cautela, por cuanto vemos que el mismo relato o la misma sentencia de Cristo se transmite de manera diversa por los diferentes evangelios. Esto, que vale para el contenido de los diversos episodios, vale con mayor razón aún para el orden en el que se hallan organizados entre sí. Este orden varía según los evangelios, y no otra cosa cabía esperar de su compleja génesis, según la cual elementos, transmitidos primeramente de manera aislada, poco a poco se fueron amalgamando y agrupando, reuniendo o separando, por motivos más bien lógicos y sistemáticos que cronológicos. Es preciso reconocer que no pocos hechos o «dichos» evangélicos han perdido su vinculación original con el tiempo o el lugar, y sería a menudo un error tomar a la letra nexos redaccionales tales como «entonces», «luego», «aquel día», «en aquel tiempo», etc.
Pero tales comprobaciones no suponen menoscabo alguno para la autoridad de los libros inspirados. Si el Espíritu Santo no dio a sus intérpretes una perfecta uniformidad en el detalle, es que no concedía a la precisión material importancia para la fe. Más aún, es que buscaba esta diversidad en el testimonio. «Más vale acuerdo tácito que manifiesto», dijo Heráclito. Desde un punto de vista puramente histórico, un hecho que nos atestiguan diversas y aun discordantes tradiciones posee, en su sustancia, una riqueza y una solidez que no sería capaz de conferirle un testimonio perfectamente coherente, pero de una sola tonalidad. Así, algunos «dichos» de Jesús están atestiguados doblemente: según la triple tradición en Mc 8 34-35 = Mt 16 24-25 = Lc 9 23-24, y según la doble tradición en Mt 10 37-39 = Lc 14 25-27. Hay aquí una variante entre formulación negativa y positiva, pero el sentido es el mismo. Podrían citarse una treintena de casos similares, lo cual les da un sólido fundamento histórico. El mismo principio vale para los hechos de Jesús; por ejemplo, el relato de la multiplicación de los panes se nos ha transmitido según dos tradiciones diferentes, Mc 6 35-44 y p.; 8 1-9 y p. No podemos tampoco poner en duda que Jesús haya curado enfermos, con el pretexto de que los detalles de cada relato de curación varíen según sea el narrador. Los relatos del proceso y de la muerte de Jesús, lo mismo que los de las apariciones del Resucitado, son casos más delicados, pero en ellos se aplican los mismos principios para apreciar su valor histórico.
Y aún supone una ventaja el que la diversidad de los testimonios no se deba solamente a las condiciones de su transmisión, sino que sea el resultado de correcciones intencionadas. No cabe duda de que en muchos casos los redactores evangélicos han querido presentar las cosas de forma diferente. Analizar las tendencias propias de cada evangelista es lo que se llama la «crítica de la redacción», crítica que presupone que los evangelistas eran verdaderos autores y teólogos en sentido pleno. Y, antes que ellos, la tradición oral, de la que son herederos, tampoco transmitió los recuerdos evangélicos sin interpretarlos y adaptarlos a las necesidades de la fe viva de que eran portadores. Es para nosotros muy útil conocer, no sólo la vida de Jesús, sino también las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, y las de los mismos evangelistas. Estas tres etapas de la tradición son las que nos dan los evangelios, siempre que los leamos teniendo en cuenta esos tres asientos sucesivos. Los tres niveles son inspirados, los tres proceden de la Iglesia antigua, cuyos responsables representaban el primer magisterio.
El Espíritu Santo, que iba a inspirar a los autores evangélicos, presidía ya todo este trabajo de elaboración previa y lo conducía hacia la consumación de la fe, garantizando sus resultados con esa verdadera inerrancia que no reside tanto en la materialidad de los hechos como en el mensaje de salvación que en sí contienen.
La tradición oral.
Para comprenderlo, hay que admitir en primer lugar que, antes de ser puestos por escrito, los evangelios, o por lo menos una gran cantidad de los materiales que contienen, se transmitieron oralmente. Lo primero fue la predicación oral de los apóstoles, centrada en torno al «kerygma» que anunciaba la muerte redentora y la resurrección del Señor. Iba dirigida a los judíos a quienes había que probar, mediante el testimonio de los apóstoles sobre la resurrección, que Jesús era efectivamente el Mesías anunciado por los profetas antiguos; y concluía con un llamamiento a la conversión. De esta predicación nos dan resúmenes típicos los discursos de Pedro en los Hechos de los Apóstoles (Hch 4 8-12, más desarrollados en 3 12-26; 2 14-36 y sobre todo 13 16-41), así como Pablo en 1 Co 15 3-7. Según Lc 24 44-48, este «kerygma» fundamental hundiría sus raíces incluso en las consignas de Cristo resucitado. Pero a aquellos que se convertían había que darles, antes que recibiesen el bautismo, una instrucción más completa sobre la vida y la enseñanza de Jesús.
Un resumen de esta catequesis pre-bautismal se nos da en Hch 10 37-43, cuyo esquema anuncia ya la estructura del evangelio de Mc: bautismo dado por Juan durante el cual Jesús recibe el Espíritu, actividad taumatúrgica de Cristo en el país de los judíos, su crucifixión seguida de su resurrección y de sus apariciones a algunos discípulos privilegiados, todo ello garantizado por el testimonio de los apóstoles. Según los Hechos, esta información procede todavía de la predicación oral. Muy pronto también, para ayudar a los predicadores y a los catequistas cristianos, se reunieron por temas comunes los principales «dichos» de Jesús. Vestigios de ello los tenemos todavía en nuestros evangelios actuales: estos «dichos» están a menudo unidos unos con otros por palabras-clave a fin de facilitar la memorización. En la Iglesia primitiva había también narradores especializados, como los «evangelistas», Hch 21 8; Ef 4 11; 2 Tm 4 5, que contaban los recuerdos evangélicos bajo una forma que tendía a fijarse por la repetición.
Sabemos también, gracias a dos testimonios independientes (ver infra), que el segundo evangelio fue predicado por Pedro antes de ser puesto por escrito por Marcos. Y Pedro no fue el único testigo ocular entre los que anunciaban a Cristo; sin duda tampoco los otros tenían necesidad de documentos escritos para ayudar a su memoria. Pero es claro que un mismo suceso tenía que ser narrado por ellos según formas literarias diferentes. Un caso típico lo tenemos en el relato de la institución de la Eucaristía. Antes de escribirlo a los fieles de Corinto, sin duda Pablo lo refirió oralmente según una tradición particular (1 Co 11 23-26) conocida también de Lc (22 19-20). Pero el mismo relato se nos ha transmitido, con variantes importantes, según una tradición conocida de Mt (26 26-29) y de Mc (14 22-25).
Es, pues, en la tradición oral donde hay que buscar la causa primera de las semejanzas y de las divergencias entre los Sinópticos. Sin embargo, esta tradición oral no es capaz por sí sola de dar cuenta de las semejanzas tan numerosas como sorprendentes, tanto en el detalle de los textos como en el orden de las perícopas, que sobrepasan las posibilidades de la memoria, incluso la antigua y oriental. Para explicar el origen de nuestros evangelios es necesario recurrir a una documentación escrita.
Testimonios de Papías y Clemente.
El testimonio más antiguo que tenemos sobre la composición de los evangelios canónicos es el de Papías, obispo de Hierápolis, en Frigia, que escribió hacia el 130 una «Interpretación (exégesis) de los Oráculos del Señor», en cinco libros. Esta obra se perdió hace mucho tiempo, pero el historiador Eusebio de Cesarea nos ha conservado de ella los dos pasajes siguientes: «Y el Anciano decía: Marcos, que fue el intérprete de Pedro, puso por escrito cuidadosamente todo aquello de lo que guardaba memoria, aunque sin ajustarse al orden de las cosas que el Señor había dicho y realizado. En efecto, a quien él escuchó o acompañó no fue al Señor sino a Pedro más tarde, como ya he dicho. Éste procedía según las conveniencias de su enseñanza y no como si quisiera dar la ordenanza de los oráculos del Señor. Por tanto, no se puede censurar a Marcos el haberlos redactado del modo como él los recordaba. Su única preocupación fue no omitir nada de lo que había oído, sin permitirse ninguna falsedad en ello». Inmediatamente después, Eusebio añade el testimonio de Papías sobre Mateo: «Mateo, pues, puso en orden los oráculos, en lengua hebrea; cada uno los interpretó como podía» (Hist. Eccl., III, 39, 15-16).
Un segundo testimonio sobre la composición de los evangelios nos lo da Clemente de Alejandría (a su vez citado por Eusebio de Cesarea): «En los mismos libros también, Clemente cita una tradición de los Ancianos relativa al orden de los evangelios; es ésta: decía que los evangelios que contienen las genealogías fueron escritos primero y que el de san Marcos lo fue en las circunstancias siguientes: Después que Pedro hubo predicado públicamente la doctrina en Roma y expuesto el evangelio [guiado] por el Espíritu, sus oyentes, que eran muchos, animaron a Marcos, como que él era el que le había acompañado desde hacía tiempo y guardaba en su memoria sus palabras, a transcribir lo que aquél había dicho; así lo hizo y transcribió el evangelio a los que se lo habían pedido. Al enterarse de ello Pedro, no emitió consejo en ningún sentido, ni para impedírselo ni para recomendárselo» (Hist. Eccl., IV, 14, 5-7). Al igual que el de Papías, este testimonio se remonta a los Ancianos, es decir a hombres de la segunda generación cristiana. Toda la tradición posterior, griega, latina o incluso siríaca (Efrén), no hará sino repetir, añadiendo algunos detalles, estos dos testimonios fundamentales. ¿Qué podemos deducir de ello?
Papías y Clemente concuerdan en atribuir la composición de uno de los evangelios a Marcos, discípulo de Pedro (ver 1 P 5 13), cuya predicación habría puesto por escrito. Viniendo de dos fuentes arcaicas independientes, esta información puede ser tenida por cierta. Según Clemente, Marcos habría escrito viviendo todavía Pedro, el cual, por lo demás, se habría desinteresado más o menos del asunto. Papías no nos da ningún dato explícito sobre este punto. Su texto deja más bien entender que Marcos habría escrito después de la muerte de Pedro, y en este sentido lo interpretarán Ireneo de Lyon y el más antiguo Prólogo evangélico que ha llegado hasta nosotros (finales del siglo II). Papías no nos dice dónde escribió Marcos su evangelio. Clemente precisa que fue en Roma, donde Pedro ejercía su ministerio. Este detalle, recogido en la tradición posterior, parece exacto porque el evangelio de Marcos contiene un cierto número de palabras griegas que no son más que una transcripción del latín.
Clemente no nos da ninguna noticia sobre Mateo, salvo lo de que su evangelio contenía una genealogía de Cristo (Mt 1 1-17). Según Papías, habría escrito en hebreo, término que podría aplicarse también al arameo, y luego su obra habría sido traducida al griego. Este detalle será repetido unánimemente por la tradición posterior. Un hecho podría confirmarlo. En los dos pasajes fundamentales citados más arriba, los datos relativos a Marcos son mucho más extensos que los que se refieren a Mateo, de quien ni siquiera se nos dice que se trata del publicano de Mt 9 9. ¿No sería esto un indicio de que el evangelio de Marcos, escrito en griego, se habría divulgado rápidamente en el mundo cristiano hasta que el de Mateo, que lo sustituirá como evangelio de base, fue traducido del hebreo (o del arameo) al griego? Pero Papías y Clemente ya no concuerdan cuando se trata de establecer el orden en el que habrían sido escritos los evangelios. Papías parece decir que Mateo habría puesto en orden los «oráculos» de Cristo que Marcos nos había transmitido en desorden. Probablemente este dato no debe ser tomado a la letra.
Por último, para Papías Mateo habría escrito después de Marcos; según Clemente, Marcos habría escrito después de Mateo y Lucas, cuyos evangelios contienen una genealogía de Cristo (Mt 1 1-17; Lc 3 23-38 ). La tradición posterior, desde Ireneo, retendrá el orden Mt, Mc, Lc; pero ¿no sería porque Mt se había convertido en el evangelio fundamental? Los datos tradicionales son, pues, contradictorios en lo que se refiere al orden de producción de los tres Sinópticos. Sobre Lucas, Eusebio de Cesarea no nos ha conservado testimonio de Papías, si es que hubo alguno. Desde Ireneo y los antiguos Prólogos evangélicos, la tradición atribuirá su redacción a Lucas, el médico discípulo de Pablo (Col 4 14; Flm 24; 2 Tm 4 11).
El problema sinóptico.
Estos datos, que no son siempre concordantes, están lejos de resolver el problema sinóptico. Por ejemplo, Papías habla de un evangelio de Mateo escrito «en lengua hebrea», perdido desde hace tiempo, pero no nos dice nada sobre la forma griega, sin duda más desarrollada, del evangelio según Mateo que nosotros tenemos actualmente. Por lo demás, esta forma griega ha podido recibir variantes, como lo atestiguan, entre otros, las citas de este evangelio hechas por los Padres antiguos, especialmente el apologista Justino.
En cuanto a Marcos, aun cuando su fuente sea Pedro, cabe preguntarse por qué se muestra tan parco respecto de la enseñanza de Jesús. ¿Fue su evangelio el primero en ser escrito, como parece afirmar Papías, o por el contrario el último de los tres, como expresamente dice Clemente? Y ¿de dónde ha tomado Lucas las tradiciones que son propias de él? ¿En qué medida ha comprendido el mensaje de Pablo, de quien fue discípulo? En fin, los evangelios escritos por Marcos, Mateo y Lucas ¿no recibieron complementos, o hasta modificaciones más o menos profundas, desde el momento en que fueron compuestos hasta el de su recepción definitiva en las iglesias?
Y ¿en qué fecha aproximadamente tuvo lugar esto? Para responder a esta pregunta, es preciso tomar el problema remontándose en el tiempo. Conocemos actualmente más de 2000 manuscritos griegos en pergamino que contienen el texto de los evangelios sinópticos, escalonándose entre los siglos IV y XIV. Todos estos manuscritos ofrecen entre sí variantes inevitables, pero que no pasan de ser variantes de detalle.
Los textos que nosotros utilizamos en nuestros días, ya sea para estudiar los Sinópticos ya para traducirlos a lenguas modernas, se fundan en los dos más antiguos de estos manuscritos: el Sinaítico, que proviene del monasterio de Santa Catalina del Sinaí, hoy conservado en el Museo Británico, y sobre todo el Vaticano, conservado en la Biblioteca Vaticana. Ambos se datan de mediados del siglo IV. Pero la autenticidad del texto que nos ofrecen puede ser atestiguada de diferentes maneras. Desde comienzos de este siglo se han descubierto en Egipto un buen número de papiros con textos del NT. Citemos dos de los más importantes. Un códice que contiene alrededor de cuatro quintas partes de Lucas (e importantes fragmentos de Juan) se data de comienzos del siglo III. Es propiedad de la Biblioteca Bodmer, en Cologny, cerca de Ginebra. Su texto es muy próximo del que nos da el Vaticano. Por su parte, en la colección Chester Beatty, de Dublín, se conservan numerosos fragmentos bastante importantes de los cuatro evangelios, pertenecientes a un códice datado de mediados del siglo III. Aunque menos próximo del Vaticano que el precedente, su texto tampoco difiere de él más que en variantes de detalle. Otros cuatro fragmentos, mucho más modestos, pues sólo contienen algunos versículos de Mateo, se datan también o del siglo III, o incluso el más antiguo de finales del siglo II o comienzos del III. A este testimonio de los manuscritos griegos hay que añadir el de las versiones antiguas.
Desde finales del siglo II, los evangelios fueron traducidos al latín en África del norte (probablemente Cartago) así como al siríaco. La versión copta se remonta al siglo III. Esto por hablar sólo de las más importantes y más antiguas. Hay que tener presente, en fin, las numerosas citas evangélicas hechas por los Padres antiguos: Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría y Orígenes entre los griegos, Tertuliano y Cipriano entre los africanos, Áfrates y Efrén entre los sirios. Todo esto forma un conjunto de testimonios concordantes, repartidos por todo el mundo cristiano, que nos permiten afirmar que los evangelios, sin perjuicio de las variantes inevitables que no afectan a su sustancia, estaban ya compuestos desde mediados del siglo II, e incluso probablemente en fecha más antigua, en la forma en que ahora los conocemos.
Una mención especial merece el apologista Justino, quien escribía hacia el 150 su Diálogo con Trifón y sus dos Apologías del cristianismo. Aunque cita a menudo los evangelios, nunca lo hace con el nombre de Mateo, Lucas o Marcos, sino bajo el más general de «Memorias de los apóstoles». Algunos han creído poder concluir de aquí que Justino ignoraba la división en cuatro evangelios, afirmada con fuerza por Ireneo unos treinta años más tarde. Un estudio de sus citas permite pensar que Justino utilizaba de hecho una armonía evangélica compuesta a partir de los tres Sinópticos, y probablemente también de Juan.
El problema sinóptico se plantea, por tanto, para el período que se extiende entre la composición de los primeros evangelios por Mateo, Marcos y Lucas, y la forma en que los conocemos ahora que, en lo esencial, podría remontarse a los comienzos del siglo II. ¿Cómo explicar a la vez las semejanzas y las divergencias que existen entre los tres evangelios sinópticos en esta forma que hoy conocemos? Muchas controversias ha suscitado este problema desde hace dos siglos, y no es cuestión aquí de entrar en detalles demasiado técnicos. Indiquemos simplemente las tendencias generales de la exegésis moderna.
La teoría que goza de mayor favor es la de las Dos Fuentes. Elaborada hacia mediados del siglo pasado, hoy es aceptada con mayor o menor convicción por la inmensa mayoría de los exegetas, tanto católicos como protestantes. Una de las dos fuentes en cuestión sería Mc, de quien dependerían Mt Lc en todos los relatos que tienen en común con él (triple tradición).Mt y Lc contienen también bastantes secciones, especialmente de los «dichos» de Cristo (así: el Sermón inaugural de Jesús) desconocidas de Mc (doble tradición).Como, según la teoría de las Dos Fuentes, estos dos evangelios son independientes entre sí, habría que admitir que ambos se sirvieron de otra fuente a la que se llama Q (inicial de la palabra alemana «Quelle», fuente). En cuanto a las secciones propias, tanto de Mt como de Lc, provendrían de fuentes secundarias que conocerían cada uno de ellos.
Presentada de esta forma, la teoría de las Dos Fuentes se presta a una seria objeción. Incluso en las secciones dependientes de la triple tradición, Mt Lc ofrecen entre sí no pocas concordancias contra Mc, positivas o negativas, más o menos importantes. Si es verdad que un cierto número de estas concordancias puede explicarse como reacciones naturales de Mt Lc en su esfuerzo por mejorar el texto un poco tosco de Mc, queda aún otra porción de ellas que es difícil de explicar. En vista de ello, algunos exegetas han perfeccionado la teoría suponiendo que Mt Lc dependerían, no del Mc tal como ha llegado a nosotros, sino de una forma anterior (proto-Mc) ligeramente diferente del Mc actual. Sea lo que fuere de este último punto, es cierto que la teoría de las Dos Fuentes, relativamente simple, permite justificar un gran número de hechos «sinópticos». Por otro lado, concuerda en parte con el dato tradicional heredado de Papías: la prioridad se da a Mc.Los relatos de este evangelio, vivos y ricos en detalles concretos, podrían muy bien reflejar la predicación de Pedro. Algunos han propuesto incluso identificar la fuente Q (colección sobre todo de los «dichos» de Jesús) con Mt, de quien Papías dice que puso en orden los «oráculos» del Señor. Pero Papías emplea la misma expresión para designar el evangelio de Mc (como también para el título de su obra) y nada permite pensar que el Mt del que habla no habría contenido más que logia. Sigue siendo verdad que la existencia de una colección de «dichos» de Jesús, al servicio de las necesidades de la catequesis, es muy verosímil; el evangelio (no canónico) de Tomás sería un buen ejemplo de ello.
Desde hace varias décadas, algunos exegetas, sobre todo en Inglaterra y en los Estados Unidos, han querido rescatar una teoría propuesta hace algo más de dos siglos por Griesbach y que tendría la ventaja, a sus ojos, de evitar el recurso a una fuente hipotética como la de Q. Esa teoría se apoya en la tradición de los Ancianos referida por Clemente de Alejandría: el primer evangelio sería el de Mt, Lc dependería de Mt; y Mc, que sería el último, dependería unas veces de Mt otras de Lc, a los que habría simplificado. Es cierto que muchas veces parece que Mc ha fundido los textos paralelos de Mt Lc (hecho que la teoría de las Dos Fuentes apenas puede justificar). Pero ¿en qué queda el dato tradicional (Papías y Clemente) que dice que Marcos puso por escrito la predicación de Pedro? Y ¿cómo suponer que Marcos habría omitido deliberadamente los evangelios de la infancia así como la mayor parte de los «dichos» del Señor, en particular la casi totalidad del discurso inaugural de Jesús?
En fin, otros exegetas siguen persuadidos de que la teoría de las Dos Fuentes, a pesar de sus ventajas, es demasiado simple para poder explicar la totalidad de los hechos sinópticos. Sin duda, Mc parece a menudo más primitivo que Mt Lc, pero también es verdad lo contrario: a veces presenta rasgos tardíos, tales como paulinismos o también adaptaciones a lectores del mundo grecorromano, mientras que Mt o Lc, incluso en los textos de la triple tradición, conservan detalles arcaicos, de expresión semítica o de ambiente palestino. Surge entonces la hipótesis según la cual las relaciones entre los Sinópticos habría que considerarlas, no ya al nivel de los evangelios tal como los tenemos ahora, sino al nivel de redacciones más antiguas que podrían llamarse pre-Mt, pre-Lc, incluso pre-Mc, sin perjuicio por lo demás de que todos estos documentos intermedios pudieran depender de una fuente común que no sería otra que el Mt escrito en arameo, y traducido después al griego de diferentes maneras, del que habla Papías. De ahí la posibilidad de pensar en la existencia de interreacciones entre las diversas tradiciones evangélicas, más complejas pero también más flexibles, que podrían explicar mejor todos los hechos sinópticos.
Esta hipótesis daría cuenta también de un hecho apuntado desde finales del siglo pasado: algunos autores antiguos, en particular el apologista Justino y otros después de él, citan los evangelios de Mt Lc bajo una forma un poco diferente de la que nosotros conocemos, y a veces más arcaica. ¿No habrían tenido a mano estos pre-Mt y pre-Lc que antes mencionábamos? Estudios de detalle han mostrado igualmente que Lc Jn ofrecen entre sí contactos tan estrechos, sobre todo (pero no exclusivamente) en lo que se refiere a los relatos de la pasión y de la resurrección, que podrían explicarse por la utilización de una fuente común ignorada de Mt de Mc.
Redacción de los Sinópticos.
La fecha de la redacción de los Sinópticos es muy difícil de precisar, y tal datación dependerá forzosamente de la solución que se acepte del problema sinóptico. En la hipótesis de la teoría de las Dos Fuentes, la composición de Mc se situará un poco antes (Clemente de Alejandría) o un poco después (Ireneo) de la muerte de Pedro, por tanto entre el 64 y el 70, no después de esta fecha dado que no parece suponer que la destrucción de Jerusalén se haya consumado ya. Las obras de Mt-griego y de Lc serían posteriores a él, por hipótesis; lo cual se confirmaría por el hecho de que, con toda probabilidad, Mt-griego y Lc suponen que la ruina de Jerusalén es ya un hecho consumado, Mt 22 7; Lc 19 42-44; Lc 21 20-24. Su fecha estaría entonces entre el 75 y el 90. Pero hay que reconocer también que este último argumento no es definitivo. Si lo fuera, valdría igualmente para inferir, por ejemplo, que Ezequiel habría profetizado la destrucción de Jerusalén por los caldeos después de la toma de la ciudad (comparar Ez 4 1-2 con Lc 19 42-44), lo que es manifiestamente falso. Para una datación tardía del Mt-griego, sería más procedente invocar ciertos detalles que denotan una polémica contra el judaísmo rabínico salido de la asamblea de Yammia, la cual tuvo lugar por el año 80. Y si se admite que los Sinópticos fueron compuestos en etapas sucesivas, la datación de su última redacción deja abierta la posibilidad de fechas más antiguas para las redacciones intermedias, y con mayor razón para el Mt arameo que estaría en el origen de la tradición sinóptica.
De todos modos, el origen apostólico, directo o indirecto, y la génesis literaria de los tres Sinópticos justifican su valor histórico, permitiéndonos además apreciar cómo éste debe ser entendido. Derivados de la predicación oral que se remonta a los comienzos de la comunidad primitiva, estos textos tienen en su base la garantía de testigos oculares, Lc 1 1-2. Indudablemente ni los apóstoles ni los otros predicadores y narradores evangélicos trataban de hacer «historia», en el sentido técnico y moderno de la palabra. Su propósito era más teológico y misionero: hablaban para convertir y edificar, para inculcar y esclarecer la fe, para defenderla contra los adversarios, 2 Tm 3 16. Pero lo hicieron apoyándose en testimonios verídicos, garantizados por el Espíritu, Lc 24 48-49; Hch 1 8; Jn 15 26-27, exigidos tanto por la probidad de su con- ciencia como por el cuidado de no dar pie a refutaciones hostiles.
Los redactores evangélicos que después de ellos consignaron y reunieron sus testimonios lo hicieron con el mismo afán de honesta objetividad que respeta las fuentes, como bien lo demuestran la simplicidad y el arcaísmo de sus composiciones, en las que tan poco lugar se concede a elaboraciones teológicas posteriores. En comparación con algunos evangelios apócrifos que tanto abundarán en creaciones legendarias e inverosímiles, son más bien parcos. Si los tres Sinópticos no son biografías modernas, nos ofrecen no obstante muchas informaciones históricas sobre Jesús y los que le siguieron. Pueden compararse con las vidas helenísticas populares, por ejemplo las de Plutarco, que no ocultan su simpatía para con su personaje, pero sin ofrecer un desarrollo psicológico suficiente como para satisfacer los gustos modernos. Pero hay modelos más próximos en el AT, como las historias de Moisés, de Jeremías, de Elías. Los evangelios se distinguen de los modelos paganos por su seriedad ética y su finalidad religiosa, de los modelos veterotestamentarios por su convicción de la superioridad mesiánica de Jesús (por no entrar en más detalles).
Esto no quiere decir, sin embargo, que cada uno de los hechos o de los dichos que refieren pueda tomarse como reproducción rigurosamente exacta de lo que sucedió en la realidad. Las leyes inevitables de todo testimonio humano y de su transmisión disuaden de esperar una tal exactitud material, y los hechos contribuyen a recomendar esta cautela, por cuanto vemos que el mismo relato o la misma sentencia de Cristo se transmite de manera diversa por los diferentes evangelios. Esto, que vale para el contenido de los diversos episodios, vale con mayor razón aún para el orden en el que se hallan organizados entre sí. Este orden varía según los evangelios, y no otra cosa cabía esperar de su compleja génesis, según la cual elementos, transmitidos primeramente de manera aislada, poco a poco se fueron amalgamando y agrupando, reuniendo o separando, por motivos más bien lógicos y sistemáticos que cronológicos. Es preciso reconocer que no pocos hechos o «dichos» evangélicos han perdido su vinculación original con el tiempo o el lugar, y sería a menudo un error tomar a la letra nexos redaccionales tales como «entonces», «luego», «aquel día», «en aquel tiempo», etc.
Pero tales comprobaciones no suponen menoscabo alguno para la autoridad de los libros inspirados. Si el Espíritu Santo no dio a sus intérpretes una perfecta uniformidad en el detalle, es que no concedía a la precisión material importancia para la fe. Más aún, es que buscaba esta diversidad en el testimonio. «Más vale acuerdo tácito que manifiesto», dijo Heráclito. Desde un punto de vista puramente histórico, un hecho que nos atestiguan diversas y aun discordantes tradiciones posee, en su sustancia, una riqueza y una solidez que no sería capaz de conferirle un testimonio perfectamente coherente, pero de una sola tonalidad. Así, algunos «dichos» de Jesús están atestiguados doblemente: según la triple tradición en Mc 8 34-35 = Mt 16 24-25 = Lc 9 23-24, y según la doble tradición en Mt 10 37-39 = Lc 14 25-27. Hay aquí una variante entre formulación negativa y positiva, pero el sentido es el mismo. Podrían citarse una treintena de casos similares, lo cual les da un sólido fundamento histórico. El mismo principio vale para los hechos de Jesús; por ejemplo, el relato de la multiplicación de los panes se nos ha transmitido según dos tradiciones diferentes, Mc 6 35-44 y p.; 8 1-9 y p. No podemos tampoco poner en duda que Jesús haya curado enfermos, con el pretexto de que los detalles de cada relato de curación varíen según sea el narrador. Los relatos del proceso y de la muerte de Jesús, lo mismo que los de las apariciones del Resucitado, son casos más delicados, pero en ellos se aplican los mismos principios para apreciar su valor histórico.
Y aún supone una ventaja el que la diversidad de los testimonios no se deba solamente a las condiciones de su transmisión, sino que sea el resultado de correcciones intencionadas. No cabe duda de que en muchos casos los redactores evangélicos han querido presentar las cosas de forma diferente. Analizar las tendencias propias de cada evangelista es lo que se llama la «crítica de la redacción», crítica que presupone que los evangelistas eran verdaderos autores y teólogos en sentido pleno. Y, antes que ellos, la tradición oral, de la que son herederos, tampoco transmitió los recuerdos evangélicos sin interpretarlos y adaptarlos a las necesidades de la fe viva de que eran portadores. Es para nosotros muy útil conocer, no sólo la vida de Jesús, sino también las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, y las de los mismos evangelistas. Estas tres etapas de la tradición son las que nos dan los evangelios, siempre que los leamos teniendo en cuenta esos tres asientos sucesivos. Los tres niveles son inspirados, los tres proceden de la Iglesia antigua, cuyos responsables representaban el primer magisterio.
El Espíritu Santo, que iba a inspirar a los autores evangélicos, presidía ya todo este trabajo de elaboración previa y lo conducía hacia la consumación de la fe, garantizando sus resultados con esa verdadera inerrancia que no reside tanto en la materialidad de los hechos como en el mensaje de salvación que en sí contienen.
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EVANGELIOS SINÓPTICOS - Evangelio de San Mateo
El Evangelio que lleva el nombre de MATEO –un recaudador de impuestos que abandonó su trabajo para seguir a Jesús (9. 9)– fue escrito hacia el 80d.C. y está dirigido principalmente a los cristianos de origen judío.
Dado el carácter de los destinatarios, Mateo cita con frecuencia textos del Antiguo Testamento y se apoya en ellos para mostrar que el designio de Dios anunciado por los Profetas alcanza su pleno cumplimiento en la persona y la obra de Jesús. Él es el "Hijo de David", el "Enviado" para salvar a su Pueblo, el "Hijo del hombre" que habrá de manifestarse como Juez universal, el "Rey de Israel" y el "Hijo de Dios" por excelencia. Mateo también aplica a Jesús en forma explícita los oráculos de Isaías sobre el "Servidor sufriente", que carga sobre sí nuestras debilidades y dolencias. Y al darle el título de "Señor", reservado sólo a Dios en el Antiguo Testamento, afirma implícitamente su condición divina.
Este evangelista atribuye una especial importancia a las enseñanzas de Jesús y las agrupa en cinco discursos, que forman como la trama de su Evangelio y están encuadrados por otras tantas secciones narrativas. El tema central de estos discursos es el Reino de Dios. En ellos, Cristo aparece como "el nuevo Moisés", que lleva a su plenitud la Ley de la Antigua Alianza. También es el "Maestro", que enseña "como quien tiene autoridad" (7. 29) la "justicia" de ese Reino inaugurado y proclamado por él.
El Evangelio de Mateo ha sido llamado con razón "el Evangelio de la Iglesia", por el papel preponderante que ocupa en él la vida y la organización de la comunidad congregada en nombre de Jesús. Esta comunidad es el nuevo Pueblo de Dios, el lugar donde el Señor resucitado manifiesta su presencia y la irradia a todos los hombres. Por eso ella está llamada a vivir en el amor fraterno y el servicio mutuo, como condiciones indispensables para hacer visible el verdadero rostro de Jesucristo.
El Evangelio De La Infancia De Jesús
Ya en el Evangelio de la infancia, Mateo nos anticipa quién es Jesús de Nazaret. Su "genealogía" se ha ido gestando a lo largo de toda la historia de Israel, que en él llega a su plenitud. Como "hijo de David", él es el Mesías anunciado por los Profetas y esperado por el Pueblo judío. Como "hijo de Abraham", es fuente de bendición para todos los hombres. Pero él es mucho más todavía: es "Dios con nosotros" (1. 23). María lo concibió en su seno por obra del Espíritu Santo, y José, al darle el nombre de "Jesús" (1. 25), asumió sobre él la función paterna y lo incorporó legalmente a su linaje davídico.
Todos los relatos de la infancia tienen un estilo literario propio del Antiguo Testamento, en el que abundan las apariciones, los sueños y las repetidas intervenciones del "Ángel del Señor". De esa manera, se quiere destacar la trascendencia de los acontecimientos narrados. Por eso, mucho más importante que el aspecto anecdótico es el sentido religioso de aquellos relatos. Así, por ejemplo, la adoración de los "magos", que representan a los pueblos paganos, significa que la Salvación no está reservada exclusivamente al Pueblo elegido, sino que es para todas las naciones. Asimismo, por su huida a Egipto y su vuelta a la Tierra prometida, Jesús aparece como otro Moisés, que se pone al frente de su Pueblo y lo conduce al Reino de Dios.
El Sermón De La Montaña
"El Reino de los Cielos está cerca" (4. 17). Dios se ha hecho presente en la persona de Jesús para renovar todas las cosas. ¿Cuál debe ser el comportamiento de los que quieren entrar en su Reino? A esta pregunta responde el primero de los discursos de Jesús –el célebre Sermón de la Montaña– que Mateo propone como la "carta fundamental" del Reino de los Cielos. Allí Jesús se manifiesta como el nuevo Moisés, que descubre el verdadero sentido y las exigencias más radicales de la Ley promulgada en el monte Sinaí. Él no destruye esa Ley, pero tampoco la considera intangible.
El Sermón de la Montaña resume toda la moral cristiana, entendida no a la manera de un código legal de prohibiciones y obligaciones, sino como una invitación a ser "perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo" (5. 48 ). Es un nuevo programa, más exigente y gozoso a la vez, que de ninguna manera inculca la "resignación" a los oprimidos o la pasividad frente al mal. Tampoco propone un "tipo" de organización social, pero sienta las bases y señala las pautas de toda verdadera fraternidad. Es un nuevo estilo de vida, que se funda en el amor llevado hasta sus últimas consecuencias y convierte a los discípulos de Jesús en "sal de la tierra" y "luz del mundo" (5. 13-16).
Los Signos Y La Predicación Del Reino De Los Cielos Parte Narrativa
Los Profetas habían anunciado que el Reino de Dios traería paz y alegría a los afligidos, haría ver a los ciegos, devolvería la salud a los enfermos y acabaría para siempre con el sufrimiento y la opresión. Con la llegada de Jesús, todos aquellos anuncios proféticos comienzan a hacerse realidad. Mateo quiere ponerlo bien de manifiesto, y para ello reúne en los dos capítulos siguientes más de la mitad de los milagros relatados en su Evangelio. Ha llegado la era mesiánica, el Reino de Dios ya se ha hecho presente en el mundo, y los milagros de Jesús son las "señales" de esa presencia. Son las primicias de la nueva creación, el anticipo de la victoria definitiva de Dios sobre el pecado, sobre la muerte y todas las fuerzas del mal.
Instrucción A Los Misioneros
Los milagros de Jesús son el comienzo de una obra que debe continuar. La Buena Noticia del Reino debe llegar a todas las "ovejas que no tienen pastor" (9. 36). Para extender su propia acción, él envía a los "Doce" (10. 5), dándoles una serie de consignas precisas, recogidas por Mateo en su segundo discurso. Estas instrucciones dirigidas a los misioneros del Reino –los de entonces y los de siempre– son una exhortación a proclamar el Evangelio con desinterés y valentía, sin dejarse intimidar por nada y con la confianza puesta en el Padre celestial. Al mismo tiempo, son una invitación a anunciar el mensaje de Jesús, no sólo de palabra sino también aliviando las miserias humanas y transmitiendo la paz. Al comienzo, Jesús los envía "a las ovejas perdidas del pueblo de Israel" (10. 6), pero después de su Resurrección esta misión tendrá un carácter universal (28. 16-20).
El Misterio Del Reino De Los Cielos Parte Narrativa
El Reino de Dios ya está presente entre los hombres como la levadura en la masa. Los milagros y las palabras del Señor lo atestiguan, y él mismo lo confirma al disipar las dudas que podían abrigar Juan el Bautista y todos los que esperaban ver en el Mesías a un juez implacable o a un rey victorioso (11. 2-6). A través de sus obras, él se manifiesta como el "Servidor del Señor" anunciado por Isaías (12. 15-21), hasta que un día se cumpla el gran "signo" del profeta Jonás, mediante su Resurrección de entre los muertos (12. 40).
Pero la actitud de Jesús no sólo provoca dudas y extrañeza, sino también una abierta oposición. Él exige un cambio de vida tan radical, que muchos se resisten a romper con los viejos moldes, especialmente los escribas y fariseos, encerrados en una fidelidad a la Ley mal comprendida y mezclada de ostentación y suficiencia religiosa. Sin embargo, otros llegan a comprender, y así comienza a formarse en torno a Jesús la comunidad de sus discípulos, el verdadero "Israel de Dios".
Las Parábolas Del Reino
A pesar de la oposición cada vez más abierta, Jesús no se deja intimidar. Él nos enseña qué es el Reino de los Cielos en forma de siete parábolas, agrupadas por san Mateo en el tercer discurso de su Evangelio. Por medio de estas breves comparaciones, tomadas de la vida cotidiana, el Señor llama a la reflexión y busca la manera de entrar en diálogo con sus oyentes. Las parábolas descorren un poco, aunque no del todo, el misterio del Reino de Dios. Ese Reino escapa a toda definición: es como...; se parece a...; se puede comparar con...
De estas parábolas se desprende que el Reino de los Cielos es una "nueva situación", un "nuevo estado de cosas" que viene de Dios y se inicia con Jesús, pero reclama la respuesta de los hombres. Sus comienzos son muy modestos y apenas perceptibles. Inaugurado por el "sembrador" que sale a sembrar, debe fructificar hasta la cosecha definitiva, de manera misteriosa y más allá de las contradicciones y los fracasos aparentes. Nada puede impedir que siga adelante, y sin duda terminará por transformarlo todo. Por él vale la pena sacrificar incluso los bienes más preciosos. Ya se ha hecho visible, pero sólo al fin se manifestará plenamente.
Las Primicias Del Reino De Los Cielos Parte Narrativa
En los capítulos siguientes, Mateo agrupa una serie de episodios, donde se destacan las distintas reacciones frente a la persona y al mensaje de Jesús. Sus conciudadanos lo subestiman. Los dirigentes religiosos del Pueblo judío lo censuran severamente. Una mujer pagana le "arranca" un milagro con su gran fe. La gente del pueblo lo admira. Finalmente, Pedro hace una magnífica profesión de fe en su mesianidad, y Jesús lo establece como el cimiento sólido y firme sobre el que se asentará su "Iglesia", la comunidad visible de los creyentes en él. A partir de este momento, Jesús comienza a manifestar a sus discípulos que el Mesías debe padecer y morir, y que ellos tendrán que seguirlo por el mismo camino. Pero simultáneamente deja entrever la gloria de su Resurrección, transfigurándose en presencia de algunos de ellos.
Instrucción A Los Discípulos
En el trasfondo del Evangelio según san Mateo, se percibe claramente la vida de una comunidad ya establecida y estructurada en medio del mundo. Esto se advierte, sobre todo, en el cuarto discurso de Jesús, que es al mismo tiempo una instrucción pastoral y una regla de disciplina para todos los miembros de la Iglesia y, en particular, para sus dirigentes. El evangelista ha reunido aquí varias enseñanzas del Señor, pronunciadas en momentos y situaciones diversas, y ha elaborado un conjunto más o menos ordenado, que culmina con la significativa parábola del servidor despiadado.
El tema central de esta instrucción es el espíritu fraterno que debe animar a la comunidad creada por Jesús como las primicias del Reino. "Todos ustedes son hermanos", nos advierte él en otro pasaje (23. 8 ). Y no puede caber un título más característico para designar a los que son hijos de un mismo "Padre" y discípulos del único "Maestro". En el Reino, el más grande es el que se hace pequeño como "un niño", y el que no acepta esa condición no puede entrar en él. Por eso los "pequeños", es decir, los pobres, los débiles, los marginados, y también los pecadores, merecen una atención preferencial dentro de la comunidad. Esa atención se debe manifestar, sobre todo, a través de la corrección fraterna y del perdón otorgado sin medida.
La Consumación Del Reino De Los Cielos Parte Narrativa
En esta última sección narrativa, Mateo relata el viaje del Señor a Jerusalén y lo que sucedió en la Ciudad santa desde su entrada triunfal en ella hasta el momento de su Pasión. Una vez más, Jesús enfrenta a los responsables del Pueblo elegido. En tres parábolas, entre las que se destaca la de los viñadores homicidas, les reprocha su infidelidad y les revela el designio divino de traspasar el Reino de Dios "a un pueblo que le hará producir sus frutos" (21. 43). Luego les echa en cara duramente su falsa religiosidad, de la que estaba ausente el amor, que es la síntesis de "toda la Ley y los Profetas" (22. 40).
Discurso Sobre El Final De Los Tiempos
El quinto resumen de las enseñanzas de Jesús se refiere al final de los tiempos, cuando el Reino de Dios alcanzará su plenitud. El fin del mundo está descrito con expresiones simbólicas, propias del estilo "apocalíptico", que no deben tomarse al pie de la letra. Y este anuncio se mezcla con la descripción de la ruina de Jerusalén, acaecida en el año 70. Pero nadie sabe cuándo va a llegar el fin. Por eso, el Señor nos exhorta con otras tres parábolas a estar siempre prevenidos. Y la manera por excelencia de prepararnos para el Juicio es reconocerlo y servirlo a él en "el más pequeño" de sus hermanos (25. 34-40).
La Pasión Y La Resurrección De Jesús
Después de haber relatado todo lo referente a la llegada y a las características del Reino de Dios, san Mateo –como los otros evangelistas– nos presenta el acontecimiento capital de ese Reino: la Muerte y la Resurrección del Señor. El relato de la Pasión es particularmente extenso y está precedido del que se refiere a la Última Cena, donde Jesús anticipa simbólicamente el Sacrificio de la cruz. Por medio de ese Sacrificio, él inaugura la Nueva Alianza sellada con su Sangre y establece definitivamente el Reino de Dios. Y gracias al amor con que se entregó por todos, nosotros podemos participar de su misma Vida.
De una manera particular, Mateo ve en Jesús al "Hijo del hombre", del que nos habla el profeta Daniel, al "Servidor sufriente", descrito por el profeta Isaías y al "Justo perseguido", del libro de la Sabiduría. Asimismo, destaca los hechos que siguieron a la muerte del Salvador, como un preanuncio de su Resurrección. Y finalmente, pone bien de relieve la misión universal encomendada por el Señor a sus Apóstoles y su promesa de permanecer entre nosotros hasta el fin del mundo.
Dado el carácter de los destinatarios, Mateo cita con frecuencia textos del Antiguo Testamento y se apoya en ellos para mostrar que el designio de Dios anunciado por los Profetas alcanza su pleno cumplimiento en la persona y la obra de Jesús. Él es el "Hijo de David", el "Enviado" para salvar a su Pueblo, el "Hijo del hombre" que habrá de manifestarse como Juez universal, el "Rey de Israel" y el "Hijo de Dios" por excelencia. Mateo también aplica a Jesús en forma explícita los oráculos de Isaías sobre el "Servidor sufriente", que carga sobre sí nuestras debilidades y dolencias. Y al darle el título de "Señor", reservado sólo a Dios en el Antiguo Testamento, afirma implícitamente su condición divina.
Este evangelista atribuye una especial importancia a las enseñanzas de Jesús y las agrupa en cinco discursos, que forman como la trama de su Evangelio y están encuadrados por otras tantas secciones narrativas. El tema central de estos discursos es el Reino de Dios. En ellos, Cristo aparece como "el nuevo Moisés", que lleva a su plenitud la Ley de la Antigua Alianza. También es el "Maestro", que enseña "como quien tiene autoridad" (7. 29) la "justicia" de ese Reino inaugurado y proclamado por él.
El Evangelio de Mateo ha sido llamado con razón "el Evangelio de la Iglesia", por el papel preponderante que ocupa en él la vida y la organización de la comunidad congregada en nombre de Jesús. Esta comunidad es el nuevo Pueblo de Dios, el lugar donde el Señor resucitado manifiesta su presencia y la irradia a todos los hombres. Por eso ella está llamada a vivir en el amor fraterno y el servicio mutuo, como condiciones indispensables para hacer visible el verdadero rostro de Jesucristo.
El Evangelio De La Infancia De Jesús
Ya en el Evangelio de la infancia, Mateo nos anticipa quién es Jesús de Nazaret. Su "genealogía" se ha ido gestando a lo largo de toda la historia de Israel, que en él llega a su plenitud. Como "hijo de David", él es el Mesías anunciado por los Profetas y esperado por el Pueblo judío. Como "hijo de Abraham", es fuente de bendición para todos los hombres. Pero él es mucho más todavía: es "Dios con nosotros" (1. 23). María lo concibió en su seno por obra del Espíritu Santo, y José, al darle el nombre de "Jesús" (1. 25), asumió sobre él la función paterna y lo incorporó legalmente a su linaje davídico.
Todos los relatos de la infancia tienen un estilo literario propio del Antiguo Testamento, en el que abundan las apariciones, los sueños y las repetidas intervenciones del "Ángel del Señor". De esa manera, se quiere destacar la trascendencia de los acontecimientos narrados. Por eso, mucho más importante que el aspecto anecdótico es el sentido religioso de aquellos relatos. Así, por ejemplo, la adoración de los "magos", que representan a los pueblos paganos, significa que la Salvación no está reservada exclusivamente al Pueblo elegido, sino que es para todas las naciones. Asimismo, por su huida a Egipto y su vuelta a la Tierra prometida, Jesús aparece como otro Moisés, que se pone al frente de su Pueblo y lo conduce al Reino de Dios.
El Sermón De La Montaña
"El Reino de los Cielos está cerca" (4. 17). Dios se ha hecho presente en la persona de Jesús para renovar todas las cosas. ¿Cuál debe ser el comportamiento de los que quieren entrar en su Reino? A esta pregunta responde el primero de los discursos de Jesús –el célebre Sermón de la Montaña– que Mateo propone como la "carta fundamental" del Reino de los Cielos. Allí Jesús se manifiesta como el nuevo Moisés, que descubre el verdadero sentido y las exigencias más radicales de la Ley promulgada en el monte Sinaí. Él no destruye esa Ley, pero tampoco la considera intangible.
El Sermón de la Montaña resume toda la moral cristiana, entendida no a la manera de un código legal de prohibiciones y obligaciones, sino como una invitación a ser "perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo" (5. 48 ). Es un nuevo programa, más exigente y gozoso a la vez, que de ninguna manera inculca la "resignación" a los oprimidos o la pasividad frente al mal. Tampoco propone un "tipo" de organización social, pero sienta las bases y señala las pautas de toda verdadera fraternidad. Es un nuevo estilo de vida, que se funda en el amor llevado hasta sus últimas consecuencias y convierte a los discípulos de Jesús en "sal de la tierra" y "luz del mundo" (5. 13-16).
Los Signos Y La Predicación Del Reino De Los Cielos Parte Narrativa
Los Profetas habían anunciado que el Reino de Dios traería paz y alegría a los afligidos, haría ver a los ciegos, devolvería la salud a los enfermos y acabaría para siempre con el sufrimiento y la opresión. Con la llegada de Jesús, todos aquellos anuncios proféticos comienzan a hacerse realidad. Mateo quiere ponerlo bien de manifiesto, y para ello reúne en los dos capítulos siguientes más de la mitad de los milagros relatados en su Evangelio. Ha llegado la era mesiánica, el Reino de Dios ya se ha hecho presente en el mundo, y los milagros de Jesús son las "señales" de esa presencia. Son las primicias de la nueva creación, el anticipo de la victoria definitiva de Dios sobre el pecado, sobre la muerte y todas las fuerzas del mal.
Instrucción A Los Misioneros
Los milagros de Jesús son el comienzo de una obra que debe continuar. La Buena Noticia del Reino debe llegar a todas las "ovejas que no tienen pastor" (9. 36). Para extender su propia acción, él envía a los "Doce" (10. 5), dándoles una serie de consignas precisas, recogidas por Mateo en su segundo discurso. Estas instrucciones dirigidas a los misioneros del Reino –los de entonces y los de siempre– son una exhortación a proclamar el Evangelio con desinterés y valentía, sin dejarse intimidar por nada y con la confianza puesta en el Padre celestial. Al mismo tiempo, son una invitación a anunciar el mensaje de Jesús, no sólo de palabra sino también aliviando las miserias humanas y transmitiendo la paz. Al comienzo, Jesús los envía "a las ovejas perdidas del pueblo de Israel" (10. 6), pero después de su Resurrección esta misión tendrá un carácter universal (28. 16-20).
El Misterio Del Reino De Los Cielos Parte Narrativa
El Reino de Dios ya está presente entre los hombres como la levadura en la masa. Los milagros y las palabras del Señor lo atestiguan, y él mismo lo confirma al disipar las dudas que podían abrigar Juan el Bautista y todos los que esperaban ver en el Mesías a un juez implacable o a un rey victorioso (11. 2-6). A través de sus obras, él se manifiesta como el "Servidor del Señor" anunciado por Isaías (12. 15-21), hasta que un día se cumpla el gran "signo" del profeta Jonás, mediante su Resurrección de entre los muertos (12. 40).
Pero la actitud de Jesús no sólo provoca dudas y extrañeza, sino también una abierta oposición. Él exige un cambio de vida tan radical, que muchos se resisten a romper con los viejos moldes, especialmente los escribas y fariseos, encerrados en una fidelidad a la Ley mal comprendida y mezclada de ostentación y suficiencia religiosa. Sin embargo, otros llegan a comprender, y así comienza a formarse en torno a Jesús la comunidad de sus discípulos, el verdadero "Israel de Dios".
Las Parábolas Del Reino
A pesar de la oposición cada vez más abierta, Jesús no se deja intimidar. Él nos enseña qué es el Reino de los Cielos en forma de siete parábolas, agrupadas por san Mateo en el tercer discurso de su Evangelio. Por medio de estas breves comparaciones, tomadas de la vida cotidiana, el Señor llama a la reflexión y busca la manera de entrar en diálogo con sus oyentes. Las parábolas descorren un poco, aunque no del todo, el misterio del Reino de Dios. Ese Reino escapa a toda definición: es como...; se parece a...; se puede comparar con...
De estas parábolas se desprende que el Reino de los Cielos es una "nueva situación", un "nuevo estado de cosas" que viene de Dios y se inicia con Jesús, pero reclama la respuesta de los hombres. Sus comienzos son muy modestos y apenas perceptibles. Inaugurado por el "sembrador" que sale a sembrar, debe fructificar hasta la cosecha definitiva, de manera misteriosa y más allá de las contradicciones y los fracasos aparentes. Nada puede impedir que siga adelante, y sin duda terminará por transformarlo todo. Por él vale la pena sacrificar incluso los bienes más preciosos. Ya se ha hecho visible, pero sólo al fin se manifestará plenamente.
Las Primicias Del Reino De Los Cielos Parte Narrativa
En los capítulos siguientes, Mateo agrupa una serie de episodios, donde se destacan las distintas reacciones frente a la persona y al mensaje de Jesús. Sus conciudadanos lo subestiman. Los dirigentes religiosos del Pueblo judío lo censuran severamente. Una mujer pagana le "arranca" un milagro con su gran fe. La gente del pueblo lo admira. Finalmente, Pedro hace una magnífica profesión de fe en su mesianidad, y Jesús lo establece como el cimiento sólido y firme sobre el que se asentará su "Iglesia", la comunidad visible de los creyentes en él. A partir de este momento, Jesús comienza a manifestar a sus discípulos que el Mesías debe padecer y morir, y que ellos tendrán que seguirlo por el mismo camino. Pero simultáneamente deja entrever la gloria de su Resurrección, transfigurándose en presencia de algunos de ellos.
Instrucción A Los Discípulos
En el trasfondo del Evangelio según san Mateo, se percibe claramente la vida de una comunidad ya establecida y estructurada en medio del mundo. Esto se advierte, sobre todo, en el cuarto discurso de Jesús, que es al mismo tiempo una instrucción pastoral y una regla de disciplina para todos los miembros de la Iglesia y, en particular, para sus dirigentes. El evangelista ha reunido aquí varias enseñanzas del Señor, pronunciadas en momentos y situaciones diversas, y ha elaborado un conjunto más o menos ordenado, que culmina con la significativa parábola del servidor despiadado.
El tema central de esta instrucción es el espíritu fraterno que debe animar a la comunidad creada por Jesús como las primicias del Reino. "Todos ustedes son hermanos", nos advierte él en otro pasaje (23. 8 ). Y no puede caber un título más característico para designar a los que son hijos de un mismo "Padre" y discípulos del único "Maestro". En el Reino, el más grande es el que se hace pequeño como "un niño", y el que no acepta esa condición no puede entrar en él. Por eso los "pequeños", es decir, los pobres, los débiles, los marginados, y también los pecadores, merecen una atención preferencial dentro de la comunidad. Esa atención se debe manifestar, sobre todo, a través de la corrección fraterna y del perdón otorgado sin medida.
La Consumación Del Reino De Los Cielos Parte Narrativa
En esta última sección narrativa, Mateo relata el viaje del Señor a Jerusalén y lo que sucedió en la Ciudad santa desde su entrada triunfal en ella hasta el momento de su Pasión. Una vez más, Jesús enfrenta a los responsables del Pueblo elegido. En tres parábolas, entre las que se destaca la de los viñadores homicidas, les reprocha su infidelidad y les revela el designio divino de traspasar el Reino de Dios "a un pueblo que le hará producir sus frutos" (21. 43). Luego les echa en cara duramente su falsa religiosidad, de la que estaba ausente el amor, que es la síntesis de "toda la Ley y los Profetas" (22. 40).
Discurso Sobre El Final De Los Tiempos
El quinto resumen de las enseñanzas de Jesús se refiere al final de los tiempos, cuando el Reino de Dios alcanzará su plenitud. El fin del mundo está descrito con expresiones simbólicas, propias del estilo "apocalíptico", que no deben tomarse al pie de la letra. Y este anuncio se mezcla con la descripción de la ruina de Jerusalén, acaecida en el año 70. Pero nadie sabe cuándo va a llegar el fin. Por eso, el Señor nos exhorta con otras tres parábolas a estar siempre prevenidos. Y la manera por excelencia de prepararnos para el Juicio es reconocerlo y servirlo a él en "el más pequeño" de sus hermanos (25. 34-40).
La Pasión Y La Resurrección De Jesús
Después de haber relatado todo lo referente a la llegada y a las características del Reino de Dios, san Mateo –como los otros evangelistas– nos presenta el acontecimiento capital de ese Reino: la Muerte y la Resurrección del Señor. El relato de la Pasión es particularmente extenso y está precedido del que se refiere a la Última Cena, donde Jesús anticipa simbólicamente el Sacrificio de la cruz. Por medio de ese Sacrificio, él inaugura la Nueva Alianza sellada con su Sangre y establece definitivamente el Reino de Dios. Y gracias al amor con que se entregó por todos, nosotros podemos participar de su misma Vida.
De una manera particular, Mateo ve en Jesús al "Hijo del hombre", del que nos habla el profeta Daniel, al "Servidor sufriente", descrito por el profeta Isaías y al "Justo perseguido", del libro de la Sabiduría. Asimismo, destaca los hechos que siguieron a la muerte del Salvador, como un preanuncio de su Resurrección. Y finalmente, pone bien de relieve la misión universal encomendada por el Señor a sus Apóstoles y su promesa de permanecer entre nosotros hasta el fin del mundo.
Última edición por Damián el Vie Jun 22, 2012 12:48 pm, editado 1 vez
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EVANGELIOS SINÓPTICOS - Evangelio de San Marcos
Este Evangelio fue compuesto por un discípulo o, más exactamente, un "intérprete" del Apóstol Pedro, cuyo nombre completo era JUAN MARCOS. Es el más antiguo, el primero que fue puesto por escrito, cerca del año 70 de nuestra era, y es también el más breve.
Como está dirigido a cristianos provenientes del paganismo, que no conocían las costumbres judías, Marcos se las explica y, asimismo, traduce las expresiones arameas que utiliza en varias ocasiones. Su estilo es vivo y popular, y está lleno de espontaneidad, aunque su lenguaje es pobre y rudimentario.
El Evangelio de Marcos contiene pocos discursos, y se interesa más por las acciones que por las palabras de Jesús. En cambio, los relatos se desarrollan con abundancia de detalles, y en ellos Jesús aparece con las reacciones propias de un ser humano. Marcos destaca especialmente la humanidad de Jesús y, a partir de ella, nos lleva progresivamente a descubrir en él al Hijo de Dios. Porque detrás de su Persona se esconde un gran "secreto", el secreto "mesiánico", que sólo se revela en su Muerte y su Resurrección.
Únicamente en la cruz está la respuesta a la gran pregunta latente a lo largo de todo este Evangelio: "¿Quién es Jesús de Nazaret?". Ciertamente, no es el Mesías glorioso que esperaban sus contemporáneos, sino el Mesías crucificado. La cruz era el camino obligado para llegar a la Resurrección. Todos estamos llamados a seguirlo por este camino, para poder comprender cada vez más profundamente "la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios" (1. 1), que Marcos nos transmite con tanta frescura y sencillez, como un eco fiel del primer anuncio del Evangelio.
Preparación Del Ministerio De Jesús
Marcos, lo mismo que Juan, no hace ninguna referencia a la infancia de Jesús, como lo hacen Mateo y Lucas. Su Evangelio comienza abruptamente con la predicación de Juan el Bautista. Este bautiza con agua y atrae a la multitud, pero anuncia la llegada del que es "más poderoso" (1. 7): sólo él bautizará "con el Espíritu Santo" (1. 8 ).
Desde el primer momento, Marcos nos dice claramente quién es Jesús. Ya en la escena de su bautismo pone bien de relieve la manifestación del Padre que lo declara su "Hijo muy querido" (1. 11). La brevedad con que Marcos narra la tentación del Señor en el desierto, nos ayuda a penetrar en el aspecto esencial del hecho: la lucha y la victoria de Cristo contra el espíritu del mal, que es uno de los temas centrales de este Evangelio.
La Actividad De Jesús En Galilea
Jesús viene a proclamar "la Buena Noticia de Dios" (1. 14). Esto es el Evangelio: la Buena Noticia de que el Reino de Dios irrumpe en el mundo y está personificado en Jesús. La entrada en el Reino exige un nuevo estilo de vida: es preciso convertirse y creer en esa Buena Noticia.
En primer lugar, Cristo proclama su Evangelio en la región de Galilea. Lo hace por medio de comparaciones, las "parábolas", y a través de obras admirables, los "milagros". Muchos comienzan a seguir a Jesús. Entre ellos, y para colaborar en su ministerio, él elige a "los Doce" (3. 16), que serán sus Apóstoles. Pero ya asoma en el horizonte la oposición de la gente más "religiosa" de su época. Marcos destaca esa oposición en cinco "controversias" muy significativas, que preludian la muerte de Jesús.
La Actividad De Jesús Fuera De Galilea
El Reino de Dios no es el monopolio de unos pocos. Aunque todavía no había llegado el tiempo de llevar la Buena Noticia a los paganos, Jesús incursiona en tierra extranjera. También allí pone de manifiesto el poder de Dios sobre las enfermedades y sale al encuentro de las necesidades humanas, anticipando el momento en que "el pan de los hijos" (7. 27) sería compartido por todos.
Durante este viaje fuera del territorio de Israel, tiene lugar la profesión de fe de Pedro, que es como la clave de todo el Evangelio de Marcos. Este Apóstol, portavoz de los demás, lo reconoce como "el Mesías" (8. 29), o sea, el "Cristo", el "Ungido" de Dios por excelencia. Jesús acepta ese título, pero impide divulgar el "secreto mesiánico", que sólo en su Muerte se iba a revelar plenamente. A partir de ese momento, comienza a instruir más detenidamente a sus discípulos y les anuncia su Muerte y su Resurrección. Un signo anticipado de esta última es la transfiguración del Señor en presencia de tres de sus Apóstoles.
La Actividad De Jesús En Jerusalén
Jesús entra en Jerusalén para llevar a su pleno cumplimiento la misión que el Padre le había encomendado. Al llegar a la Ciudad santa, es aclamado como Rey y Mesías, pero él no entra a caballo como un conquistador, sino montado en un asno como quien trae la paz, eliminando así toda idea de un mesianismo político. Su realeza no es de este mundo.
En Jerusalén, Cristo se enfrenta con los que profanan el Templo de Dios y con los dirigentes judíos, que cuestionan su autoridad y ponen a prueba su enseñanza. Allí Jesús anuncia la destrucción del Templo y la ruina de Jerusalén. Ambas prefiguran el fin del mundo, y se entremezclan con él en un mismo relato lleno de imágenes simbólicas. Pero antes que llegue ese fin, la Buena Noticia tendrá que ser anunciada a todas las naciones.
La Pasión Y La Resurrección De Jesús
Los cuatro Evangelios desembocan en el relato conmovedor de la Pasión del Señor, seguido del anuncio de su Resurrección. Ese relato y ese anuncio constituyen la Buena Noticia por excelencia, que los Apóstoles proclamaron al mundo. La Pasión y la Resurrección de Jesús iluminan todo el resto de su obra, de su mensaje y su Persona. ¿Qué otra cosa es el Evangelio sino la Buena Noticia de un Mesías crucificado y resucitado?
San Marcos pone todo esto de relieve en su relato de la Pasión de una manera muy especial. Lo hace con una gran objetividad. No pretende emocionarnos, ni menos aún, satisfacer nuestra curiosidad. Quiere hacernos comprender que detrás de la soledad y la humillación de Jesús, detrás de su dolor y su fracaso, se esconde su verdadero triunfo. El triunfo del Mesías, a quien un pagano, al verlo morir, reconoce como Hijo de Dios.
Apéndice
El Evangelio de Marcos termina de manera inesperada. Por eso se le agregó una conclusión, cuyo contenido es un resumen de los relatos de las apariciones de Jesús resucitado que figuran en los otros Evangelios.
En este Apéndice llama la atención la triple insistencia en la incredulidad de los discípulos. También para ellos la fe fue un don de Dios. Y sólo esa fe los hizo capaces de cumplir la misión que el Señor les encomendó: anunciar a todo el mundo la Buena Noticia de la Salvación, no sólo de palabra, sino a la vez con obras. Esta es la misión que le toca cumplir a toda la Iglesia, como servidora del Evangelio.
Como está dirigido a cristianos provenientes del paganismo, que no conocían las costumbres judías, Marcos se las explica y, asimismo, traduce las expresiones arameas que utiliza en varias ocasiones. Su estilo es vivo y popular, y está lleno de espontaneidad, aunque su lenguaje es pobre y rudimentario.
El Evangelio de Marcos contiene pocos discursos, y se interesa más por las acciones que por las palabras de Jesús. En cambio, los relatos se desarrollan con abundancia de detalles, y en ellos Jesús aparece con las reacciones propias de un ser humano. Marcos destaca especialmente la humanidad de Jesús y, a partir de ella, nos lleva progresivamente a descubrir en él al Hijo de Dios. Porque detrás de su Persona se esconde un gran "secreto", el secreto "mesiánico", que sólo se revela en su Muerte y su Resurrección.
Únicamente en la cruz está la respuesta a la gran pregunta latente a lo largo de todo este Evangelio: "¿Quién es Jesús de Nazaret?". Ciertamente, no es el Mesías glorioso que esperaban sus contemporáneos, sino el Mesías crucificado. La cruz era el camino obligado para llegar a la Resurrección. Todos estamos llamados a seguirlo por este camino, para poder comprender cada vez más profundamente "la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios" (1. 1), que Marcos nos transmite con tanta frescura y sencillez, como un eco fiel del primer anuncio del Evangelio.
Preparación Del Ministerio De Jesús
Marcos, lo mismo que Juan, no hace ninguna referencia a la infancia de Jesús, como lo hacen Mateo y Lucas. Su Evangelio comienza abruptamente con la predicación de Juan el Bautista. Este bautiza con agua y atrae a la multitud, pero anuncia la llegada del que es "más poderoso" (1. 7): sólo él bautizará "con el Espíritu Santo" (1. 8 ).
Desde el primer momento, Marcos nos dice claramente quién es Jesús. Ya en la escena de su bautismo pone bien de relieve la manifestación del Padre que lo declara su "Hijo muy querido" (1. 11). La brevedad con que Marcos narra la tentación del Señor en el desierto, nos ayuda a penetrar en el aspecto esencial del hecho: la lucha y la victoria de Cristo contra el espíritu del mal, que es uno de los temas centrales de este Evangelio.
La Actividad De Jesús En Galilea
Jesús viene a proclamar "la Buena Noticia de Dios" (1. 14). Esto es el Evangelio: la Buena Noticia de que el Reino de Dios irrumpe en el mundo y está personificado en Jesús. La entrada en el Reino exige un nuevo estilo de vida: es preciso convertirse y creer en esa Buena Noticia.
En primer lugar, Cristo proclama su Evangelio en la región de Galilea. Lo hace por medio de comparaciones, las "parábolas", y a través de obras admirables, los "milagros". Muchos comienzan a seguir a Jesús. Entre ellos, y para colaborar en su ministerio, él elige a "los Doce" (3. 16), que serán sus Apóstoles. Pero ya asoma en el horizonte la oposición de la gente más "religiosa" de su época. Marcos destaca esa oposición en cinco "controversias" muy significativas, que preludian la muerte de Jesús.
La Actividad De Jesús Fuera De Galilea
El Reino de Dios no es el monopolio de unos pocos. Aunque todavía no había llegado el tiempo de llevar la Buena Noticia a los paganos, Jesús incursiona en tierra extranjera. También allí pone de manifiesto el poder de Dios sobre las enfermedades y sale al encuentro de las necesidades humanas, anticipando el momento en que "el pan de los hijos" (7. 27) sería compartido por todos.
Durante este viaje fuera del territorio de Israel, tiene lugar la profesión de fe de Pedro, que es como la clave de todo el Evangelio de Marcos. Este Apóstol, portavoz de los demás, lo reconoce como "el Mesías" (8. 29), o sea, el "Cristo", el "Ungido" de Dios por excelencia. Jesús acepta ese título, pero impide divulgar el "secreto mesiánico", que sólo en su Muerte se iba a revelar plenamente. A partir de ese momento, comienza a instruir más detenidamente a sus discípulos y les anuncia su Muerte y su Resurrección. Un signo anticipado de esta última es la transfiguración del Señor en presencia de tres de sus Apóstoles.
La Actividad De Jesús En Jerusalén
Jesús entra en Jerusalén para llevar a su pleno cumplimiento la misión que el Padre le había encomendado. Al llegar a la Ciudad santa, es aclamado como Rey y Mesías, pero él no entra a caballo como un conquistador, sino montado en un asno como quien trae la paz, eliminando así toda idea de un mesianismo político. Su realeza no es de este mundo.
En Jerusalén, Cristo se enfrenta con los que profanan el Templo de Dios y con los dirigentes judíos, que cuestionan su autoridad y ponen a prueba su enseñanza. Allí Jesús anuncia la destrucción del Templo y la ruina de Jerusalén. Ambas prefiguran el fin del mundo, y se entremezclan con él en un mismo relato lleno de imágenes simbólicas. Pero antes que llegue ese fin, la Buena Noticia tendrá que ser anunciada a todas las naciones.
La Pasión Y La Resurrección De Jesús
Los cuatro Evangelios desembocan en el relato conmovedor de la Pasión del Señor, seguido del anuncio de su Resurrección. Ese relato y ese anuncio constituyen la Buena Noticia por excelencia, que los Apóstoles proclamaron al mundo. La Pasión y la Resurrección de Jesús iluminan todo el resto de su obra, de su mensaje y su Persona. ¿Qué otra cosa es el Evangelio sino la Buena Noticia de un Mesías crucificado y resucitado?
San Marcos pone todo esto de relieve en su relato de la Pasión de una manera muy especial. Lo hace con una gran objetividad. No pretende emocionarnos, ni menos aún, satisfacer nuestra curiosidad. Quiere hacernos comprender que detrás de la soledad y la humillación de Jesús, detrás de su dolor y su fracaso, se esconde su verdadero triunfo. El triunfo del Mesías, a quien un pagano, al verlo morir, reconoce como Hijo de Dios.
Apéndice
El Evangelio de Marcos termina de manera inesperada. Por eso se le agregó una conclusión, cuyo contenido es un resumen de los relatos de las apariciones de Jesús resucitado que figuran en los otros Evangelios.
En este Apéndice llama la atención la triple insistencia en la incredulidad de los discípulos. También para ellos la fe fue un don de Dios. Y sólo esa fe los hizo capaces de cumplir la misión que el Señor les encomendó: anunciar a todo el mundo la Buena Noticia de la Salvación, no sólo de palabra, sino a la vez con obras. Esta es la misión que le toca cumplir a toda la Iglesia, como servidora del Evangelio.
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